03 Oct PERPLEJIDADES
La protesta social por la muerte de Mahsa Amini en Teherán ha repuesto la atención sobre la situación de las mujeres en los estados islámicos, diferente de uno a otro país, como señala Cristina Suárez en su artículo “Cómo es ser mujer en un país musulmán”, publicado el 22/02/2022 en el sitio web de ethic.es. Dice ella que, según el Índice de Paz y Seguridad para las Mujeres de la Universidad de Georgetown, hoy el peor lugar para nacer mujer es Afganistán, otra vez bajo dominio talibán desde agosto de 2021. Prosigue: “Irak, Sudán, Somalia, Mauritania, Yibuti, Siria o Palestina tampoco son nada prometedores en materia de igualdad”.
Según Ewa Strzelecka, investigadora asociada de la VU, Vrije Universiteit Amsterdam, en su artículo publicado en 2019, “Derechos humanos de las mujeres en el mundo árabe-islámico: universalismo versus relativismo”, “cada Estado árabe-islámico establece en su Constitución el grado de aplicación de la sharía en su legislación nacional. Normalmente, la diferencia consiste en que la sharía es la fuente única o es una de las fuentes de legislación interna”.
Con estos datos puede aseverarse que nacer mujer en un país musulmán es una condena y una de las causas de mayor importancia y urgencia, la abolición de tan aberrante sistema en defensa de la dignidad humana. Esto, claro, desde la experiencia de vivir, felizmente y pese a sus males, en el occidente. Digo…
Segundo, por la mezcla boliviana de hipertrofia de leyes, burocracia y propaganda sobre la violencia contra las mujeres, y la presentación de las culturas ancestrales, de enorme desventaja para ellas, como modelo perfecto. Fórmula de alquimia anuladora de la oposición entre relativismo y universalidad de los derechos humanos.
Tercero, porque en una clase universitaria reciente, recogida y compartida la información sobre la realidad femenina en Irán, a la pregunta sobre cómo las jóvenes universitarias bolivianas perciben su situación hoy, la respuesta unánime fue: “¡Mal!, nos acosan, no hay seguridad”. Es decir, somos pobres criaturas desvalidas, caperucitas rojas en un bosque con millones de lobos furiosos, clamando por un Estado muy bien armado para golpearlos o, mejor aún, matarlos. Sí, estamos peor que nunca.
Sólidas las bases de las perplejidades que me aquejan. Mujer, madre, abogada, defensora de derechos humanos y profesora, las atenderé más allá de este artículo escrito a mano alzada, entrando en honduras a buscar preguntas y respuestas, con la firmeza de quien no teme ser políticamente incorrecta por su espíritu rebelde y su pensamiento independiente.
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