Gisela Derpic | ¿CONDENADOS A PERDER?
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¿CONDENADOS A PERDER?

¿Por qué muchos países de Hispanoamérica tienden a caer y recaer en el pozo del fracaso? ¿En qué piedras tropiezan una y otra vez? ¿Por qué Bolivia es uno de los casos más críticos? En una conferencia virtual disponible en YouTube, Juan Miguel Zunzunegui —académico mexicano— reitera pistas ofrecidas por muchos estudiosos cuando dice que la historia que nos contamos sobre nosotros hace que nos odiemos profundamente, quedándonos con “la idea de que repudiar lo español es un acto de patriotismo”, al mismo tiempo que exaltamos desmedidamente, sin base real, al mundo prehispánico.

Sale al paso Zunzunegui señalando que tal narrativa carece de base porque ignora la compleja causalidad de la historia y la reduce a una versión mítica —simplista, por tanto— de los hechos. Ni los españoles eran lo peor ni los nativos lo mejor. Tal invención nos condena a los hispanoamericanos a no saber quiénes somos realmente, provocándonos neurosis, esa “desesperación por no querer ser uno mismo, (y tener que serlo), o una cierta desesperación por querer ser uno mismo, (y no poder serlo)”. Lo que se manifiesta en complejos.

Un complejo es “el conjunto de creencias o ideas preconcebidas que tenemos acerca de nuestras imperfecciones (reales o ficticias), sobre todo aquellas que tienen que ver con cómo somos percibidos socialmente”, y que afectan a la autoestima, según se lee en www.avancepsicologos.com. Jorge Bustos, en La España de los cuatro complejos (www.nuevarevista.net), lo define como “una disconformidad con la naturaleza misma de un individuo. Una persona acomplejada (…) discrepa del todo o una parte de su propia condición”.

Los complejos no son sólo individuales; se extienden a conjuntos de personas, pueblos o poblaciones enteras. Surgen en la interrelación con los demás en la cual, por comparación, alguna condición externa o interna, por naturaleza o por historia (incompleta, mal contada y/o falsa), deriva en disconformidad y en la búsqueda de compensación, de cualquier manera.

Zunzunegui declara que nuestra identidad es el mestizaje, de contenido abigarrado, incluyendo lo bueno. Opinión válida, urgente y necesaria, aunque indisponga a los indigenistas (muchos europeos y norteamericanos, prueba del vigor colonialista) que en Bolivia borraron la palabra mestizo para cancelar nuestra identidad. Sobre tal abuso proclamaron luego, con muertos de por medio, el Estado “plurinacional” que, hoy sabemos, es nada, ha pervertido al Estado en un sitio tierra de nadie.

No es todo en el caso boliviano. Suma el cultivo del derrotismo desde siempre, esa convicción de que “todos nos quitaron todo”. Lo prueba el mapa de pérdidas territoriales luciendo en la entrada principal del Círculo de Oficiales del Ejército (¡!) en La Paz. Coherente con la imposición a las Fuerzas Armadas de gritar la consigna del invasor derrotado por los soldaditos bolivianos en Ñancahuazú, única guerra que ganamos. Coherente con la incoherencia de las catervas violentas gritando ¡Ahora sí, guerra civil!, amenazando amparados por el poder a los propios, pacíficos y desarmados. No queda duda del valor que se le da a perder y del desprecio que se le da a ganar en buena ley.

Sólo el crimen paga. Como en todos los arbitrajes internacionales por las mentadas nacionalizaciones para la quiebra, en los cuales el país ha perdido en torno de mil millones de dólares, con indicios del patrocinio infiel de los ocupantes de la Procuraduría que se enriquecen ilícitamente (ejemplo: caso Quibórax). Como en todos los asuntos de corrupción hipertrofiada, impunes sin excepción.

Por eso hay quienes chillan ¡Viva Argentina! en el estadio paceño. Por la neurosis y los complejos, la baja autoestima por falta de identidad. Diagnóstico as dos años del Bicentenario de la República, tiempo propicio para la terapia: la rectificación de los errores, la defensa de la verdad frente a la impostura, la decisión de reconocer quiénes y cómo somos, asumiendo lo que nos distingue y lo que nos une, sabiendo que no somos demonios ni ángeles. Que siempre podemos ser mejores. Como las decenas de atletas y deportistas victoriosos en las disciplinas individuales, personificados en Héctor Garibay.

Askargorta probó la validez de la terapia en 1994, elevando la autoestima de los jugadores de la selección mundialista. Lo hizo en el contexto de un país que superó la hiperinflación, que reconoció su diversidad para unirse y que abrigó a todos por igual.

Encarguémonos de reponer ese contexto, apliquemos la terapia con esperanza y vamos por el futuro. A ganar, bajo pena de extinción.

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