06 Ene Tiempo, mi tiempo
Pasas por mí, paciente, incesante e incansable, eres neblina arremolinada por la tibieza del sol levantando. Paso por ti, apresurada, incesante y agotada, cual bestezuela persecutora de espacio vital mínimo. Despiertas la conciencia de mi cuerpo mientras callo atronadoramente, sintiendo… para bien y mal, con las caricias dadas y recibidas, con los golpes dados y recibidos; con las mullidas sensaciones del descanso y las duras sacudidas del trajín, queriendo o no, en los juegos y travesuras, en las tareas y afanes, pequeños y grandes, de todos los días, sin apoteosis ni algarabía. Siento, con placer y con dolor, soy yo, sigo siendo yo.
En ti miran mis ojos el mundo, el mismo, otro, con otros ojos. Aprenden. Se asombran, se horrorizan… me fascino, me desconcierto, temo, piso en falso, caigo, me levanto y agradezco. Aprendo. Cada final se hace comienzo, vuelvo a llegar, de nuevo, contigo. En ti tornan mis ojos hacia adentro, escarban con trabajo entre las brumas envolventes de los rostros y lugares, los gestos y palabras, sucedidos y soñados, sucedidos y temidos; entre la memoria alimentada por milenios, domesticando, y la imaginación victoriosa sobre milenios, liberando. Las imágenes de adentro brillan y enceguecen, decolorando a las de afuera. Sólo mis claroscuros soy yo, sigo siendo yo.
Envuelven mis brazos y mis piernas tus hilos, los enredan, tejen y desatan, en paradójica combinación de la torpeza que crece, en ti, y la destreza lograda, en ti. Crean y recrean formas y figuras, las repiten e inventan… escriben y borran vidas y muertes, andan y desandan sendas y caminos, cruzan y cierran puentes, construyen y destruyen pasados y futuros. Crecen hasta alcanzarlo todo, intentando asirse a las lluvias de estrellas y llegar a los horizontes perdidos en los horizontes infinitos. Son las alas de sílfides, a veces… de arpías, a veces… de Hermes, a veces. Sobre el suelo o en el cielo, soy yo, sigo siendo yo.
Con volutas invisibles de todas las formas y colores integradas al eterno movimiento del mundo apenas atisbado por la conciencia humana, bordas y grabas, marcas y añades, suave y brutalmente, trazos tiernos y dulces, duros y amargos, en mi rostro y en mi cuerpo de niña, adolescente y mujer, ¡ser humano!, en mis recuerdos y olvidos, en mis afectos y desafectos, líneas y cicatrices, algunas perceptibles y otras furtivas. Son las huellas mortales de lo perdido si se ignoran, desconocen, devalúan y ocultan puestas en ofrenda a los estereotipos, inseguridades y miedos vencedores. Son los símbolos vitales de lo ganado si se identifican, reconocen, recuperan y comparten, en demostración abierta e irrefutable de que soy yo, sigo siendo yo.
Laten mis sentires, buenos sentires, apasionados y apacibles como borrascas y garúas, perennes y efímeros cual universos y arcoiris, cruzándote en todas direcciones alcanzando a sus inspiraciones y destinos, filiales y fraternos, amorosos y prendados, con alborozo y consternación, despertando ilusiones y desencantos… elevándose por encima de consignas y prejuicios, de límites y cálculos, durando mientras duran, como tiene que ser, como quiero que sea. Laten los otros, los malos sentires, tormentosos cual huracanes, clavos candentes hundidos en el pecho provocando tal devastación interna que no sólo duele, mucho, envenena; a través tuyo se van haciendo cada vez más fugaces, irrumpen con estrépito fulgurante para disolverse en un parpadeo milagroso y me salvo, sin saber cómo. Soy yo, sigo siendo yo.
Duelen las punzadas de mis pasos, más agudas y frecuentes ellas, más cansinos y pausados ellos, cuando voy sin prisa por los senderos nuevos y ya recorridos donde encuentro y reencuentro uno y mil motivos para el asombro. Los recojo alborozada o indignada, buscando entonces pasar a las acciones, radical e impaciente a veces como antes, serena y contemplativa a veces como ahora, porque el dolor lacerante de los movimientos me ha hecho, en buena hora, aceptar mi pequeñez de golondrina y que una sola, ¡lo sé de sobra!, no hace verano. Andar para llegar a ningún lado atendiendo los mil y un pequeños rincones que juntos hacen el paisaje, ignorados en la carrera apurada, aprendiendo por fin el arte desconocido de la espera activa. Así perdida como un punto diminuto en el espacio infinito del que apenas comienzo a tener sentido, soy yo, sigo siendo yo.
El alcance de mis ojos se acorta en tu devenir, difuminando las imágenes distantes; también la letra chica, ocurriéndoseme a veces sea un castigo infligido a mi insaciable escrutinio de la realidad en afanosa búsqueda de la verdad, como si ésta pudiera ser encontrada en plenitud. Ahora saboreo lo cercano y conocido, lo de todos los días, familiar y sencillo, hago carne de la trascendencia humana de los detalles, gracias a esa cualidad, nunca sanción, que me has regalado, y puedo leer entre las líneas formadas por letras hechas visibles con el auxilio de los cristales, símbolo de cuanto hemos discurrido, tú en mí y yo en ti. Así mismo mi oído, gratamente menos fino cada vez, se ha hecho un recurso para evitarme lo insulso y lo falaz, lo grosero y ofensivo, dando paso a la vocecilla del corazón, tan venida a menos, que me dice que soy yo, sigo siendo yo.
Me dejas si resisto avanzar contigo; prosigues tu andar pausado acelerado en su constancia, sin vueltas; igual me llevas a tu lado y a tu paso con empellones intangibles, arrastrándome. Si no sube el nivel de mi conciencia, si renuncio a la armonía de todo ser vivo llevada en potencia, y pretendo que no pasas, tratando de restaurar las apariencias en vano intento por asesinarte sin comprender tu inmortalidad, entonces sobreviene un quiebre existencial de grandes proporciones. Igual si sólo admito lo que he perdido, haciendo del lamento cotidiano mi único discurso, desperdiciándote y, al perderte, perdiéndome yo misma. Aprendí pues, me llevas ineluctablemente a un adelante, para unos el final de todo inaugurando la nada, y para otros – para mí –, con esperanza y con certeza, la clausura luminosa de la finitud, el hito del comienzo de la eternidad en la que soy yo, sigo siendo yo.
Puestas en escena ofrecidas en tu regazo etéreo, sin descanso, una tras otra, hilvanadas con los hilos fabricados en el gasto de vida acumulado que tú y yo nos hemos regalado, hasta armar con ellas la obra en espera del desenlace, aprovechándote a mi favor gracias al panorama casi entero develado en la retrospección que pone en evidencia la pobre justificación de los fracasos y penurias al endosarlos a los otros, al mundo externo o al destino; pues hay que saber, reconociendo: lo que acecha y contempla, los venenos y antídotos, lo que mata y salva, todo yace dentro de mí y sólo me lastima o acaricia si se lo permito porque puedo decidir, sin importar los escenarios y los públicos, aceptando mi responsabilidad, en mi estilo y a mi modo, pues soy yo, sigo siendo yo.
En tu presencia y movimiento, con mi cuerpo y espíritu, mente y corazón, encuentro finalmente el sentido de este tramo de vida empezado a agotar como ganancia, con tanta claridad y sencillez que no haberlo entendido antes me avergüenza. Comprender la esencia y el destino, atisbando asombrada la llama identitaria del misterio humano y su escatología, despejando con ella las sombras de la incertidumbre causante de un dolor aspirante a sufrimiento. Asumir que tu nombre es, ahora más que antes, más que nunca, “desprendimiento” reafirmando que soy yo, sigo siendo yo mientras me transformo en el yo auténtico al aceptar lo único que tengo: yo misma, que a quienes amo los abrigo adentro cuando se acercan y alejan, cuando aparecen y desaparecen. A nadie, ni a mí ni a ellos, pierdo si no quiero. Dejar que tu mano generosa me lleve por la senda metamórfica de despojo de las envolturas corpóreas y materiales, prescindibles, pesadas, incómodas y dolorosas a estas alturas, y aligere así con alegría el despegue definitivo hacia la plena libertad para ser, seguir siendo.
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