Gisela Derpic | SEIS AÑOS YA, FILEMÓN
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SEIS AÑOS YA, FILEMÓN

El 6 de junio de 2017 se agotó el hálito de vida de uno de los personajes más notables y controvertidos de la política boliviana desde los años 80 del siglo pasado, cuando fue expulsado del Partido Obrero Revolucionario (POR) mediante una sentencia sin debido proceso dictada por su propietario y jefe, Guillermo Lora, por el delito de resistirse a ser un hombre-masa, carente de criterio y voluntad independientes.

Desde entonces, en Filemón Escóbar se liberó la iniciativa de pensamiento y acción, habiendo marcado con su impronta los caminos por donde transitó el “movimiento obrero y popular”, devenido después en los “movimientos sociales”, cuando el derrumbe del socialismo marxista en el mundo llevó a los feligreses del pobrismo a cambiarle de nombre en resguardo de la eficacia de sus únicas tácticas: el resentimiento y la confrontación.

No cabe duda de que la militancia trotskista de Filemón es una de las claves para comprenderlo. A ella le debió su vocación por la acción permanente inspirada en la búsqueda desesperada de la Revolución —así, con mayúscula—, agudizando las contradicciones hasta las últimas consecuencias en función de la victoria o la muerte. Le debió también su impaciencia y su inmediatismo que, combinados con su explosivo temperamento y su carácter apasionado, hicieron de él ese vendaval de potencia mayor que llevamos impreso en la memoria quienes le conocimos. Le debió su atracción invencible por la lectura, habiendo rebasando por mucho los límites del catálogo oficial de la ortodoxia del partido, para internarse cada vez más, hasta sus últimos días, en las obras literarias de gran valor en el mundo, Latinoamérica y Bolivia, rompiendo con tales contenidos los muros condenatorios a la estrechez de mirada y de sueños.

De otro lado, el trotskismo —o su propietario y jefe— le impregnó de la tendencia a una abdicación principista del rol de protagonista principal de los acontecimientos y procesos, siendo en él recurrente, a lo largo de su vida, la cesión del paso a otros que siempre le provocaron frustraciones por su inconsecuencia cuando no traición.

Su propuesta autogestionaria, la de los órganos de poder, deslumbró desde el punto de vista teórico como alternativa a la crisis de los partidos políticos de izquierda en el contexto de la caída del Muro de Berlín. Su comprensión del equívoco de la lucha de contrarios concebida como la fuerza motriz del desarrollo de la sociedad, y el descubrimiento de la complementariedad de opuestos como la condición necesaria para avanzar, auspiciaron en su visión un viraje de fondo sobre cuya base cambió su discurso y horizonte. En otras palabras, desahució la Revolución —así, con mayúscula— asumiendo la democracia como opción.

Con ese bagaje en la mochila prosiguió su marcha en solitario, ofreciéndose como asesor de los cocaleros del Chapare, viendo erróneamente en ellos el sustituto de los mineros de la Corporación Minera de Bolivia (Comibol), cuya entidad matriz, la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (Fstmb), había perdido su fuerza como efecto de la relocalización a la cual los obreros del subsuelo se acogieron voluntariamente por el acicate de los “beneficios extralegales” conseguidos por las direcciones sindicales más radicales de la izquierda a mediados de la década de los años 80.

Fueron 17 años completos, de 365 días, los que Filemón dedicó al MAS. Internado en Chimoré, recorriendo el altiplano y los valles, el trotskista que nunca se fue del todo se gastó por cuenta propia entregándose a aquello que consideraba vital para la causa: el adoctrinamiento sin medida ni clemencia, sin detenerse a comprobar si servía o no tan descomunal esfuerzo.

El resto es historia: los sindicatos cocaleros compraron la personería jurídica del MAS y no pararon hasta ganar las elecciones poniendo en práctica la propuesta de los órganos de poder al juntar “movimientos sociales” en el Instrumento Para la Soberanía de los Pueblos (IPSP). Lo lograron cuando Filemón ya había sido expulsado del MAS por su propietario y jefe. Entonces se evidenció que el esfuerzo no había servido en el fondo, que la democracia no era la opción del IPSP y que el camino iba a ser su desmantelamiento apelando al resentimiento y a la confrontación. Por tanto, que el perdidoso iba a ser el país, y todos nosotros con él. Tal constatación fue la sentencia de muerte que en ejecución continuada se llevó a Filemón hace seis años.

Una de las últimas canciones que él me hizo escuchar fue Diamonds and rust (Diamantes y herrumbre), en la voz de Joan Baez. En su casa, con Olga, esa entrañable amiga mía que tiene la fuerza y el amor de sobra para haber sido su compañera de toda la vida y la madre de sus tres hijos; maestra abnegada que aún hoy se gasta enseñando letras, sin pago, a niños vulnerables; pieza clave de la Federación de Maestros Jubilados de Cochabamba.

Me conmuevo con la belleza de la melodía y las palabras de la canción, reconociendo los diamantes y la herrumbre de los recuerdos, “mirándote con las hojas marchitas cayendo a tu alrededor y la nieve sobre tu pelo”, sintiendo que sigue siendo el tiempo de juntar nuestros alientos y disipar las densas brumas de la noche que cubrieron tus desesperadas esperanzas hasta el final.

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