Gisela Derpic | SE VIENE
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SE VIENE

Una visita a la capital de la república de Bolivia me mostró las señales del daño inferido por el estado “pluri” a la otrora ciudad más señorial del país, la Ciudad Blanca, cuna del proyecto emancipatorio no sólo del Alto Perú sino del subcontinente americano, hoy maloliente y sucia, donde hay que caminar evitando excrementos de perros y restos de coca acullicada. El teatro Gran Mariscal, réplica en miniatura del de la Ópera de París, rodeado por grupos ensuciando al acampar, igual que en los jardines del Parque Bolívar, convertido en una feria de domingo en la que ya no da gusto pasear.

Hace unos años HCF Mansilla escribió el artículo “El abandono de los valores éticos y estéticos”, dejando clara la relación entre la ceguera que impide distinguir lo bueno de lo malo y lo bello de lo feo. Ese abandono es rasgo de tiempos de crisis que en Bolivia hace décadas asomó sostenida y tenazmente ante nuestros ojos, con signos menudos al principio, como la garúa que empapa sin que alguien se percate, hasta que cuando lo hace es ya muy tarde. Sí, tiempos de crisis cuyo momento agudo comenzó junto con el siglo XXI, prolongándose más de 20 años, tendiendo a hacerse crónico.

La bonanza económica inédita gracias a los precios de las materias primas en el mercado internacional desde 2005 no ha servido para mejorar nuestra vida; no, al contrario. Se suman la criminalidad e inseguridad crecientes por la instalación de las redes delincuenciales articuladas en niveles transnacionales; la corrupción transversalizada  en el aparato del estado “pluri”; la carencia de oportunidades de empleo digno que condena a elegir entre afiliarse como esbirro del autoritarismo a cambio de un cargo público desempeñado en función de oscuros intereses privados, o la informalidad lindante con lo ilegal, pues la empresa en sentido estricto es víctima del ataque político mediante la burocracia y el garrote impositivo; la violencia, la pendencia y el litigio al por mayor arrinconando al diálogo y la conciliación, lanzando a las personas a la arena del circo judicial donde su dignidad, sus derechos y sus bolsillos serán devorados por las fieras, las mismas que judicializan la política y propician la impunidad; la depredación ambiental nunca antes vista por la profundización del modelo extractivo en favor de asociaciones que hermanan a los piratas de fuera y los “interculturales”; las ciudades en debacle sanitaria; el avasallamiento de tierras; los desastres educativo y de salud…

Granizo de ideas, prolegómeno reflexivo para dedicarme ahora al momento político cuyo eje es el conflicto desatado por la realización del censo, con epicentro en Santa Cruz, en paro cívico desde hace dos semanas, cercada y asediada por las huestes del lumpen al servicio del régimen que ha decidido seguir el modelo terrorista de estado de Nicaragua.

Santa Cruz, polo atractor de la población de todas las regiones del país, corriendo en busca de oportunidades para mejorar su vida y entonces prosperar en libertad, lo cual explica que sea el hogar de al menos un tercio de los bolivianos. En otras palabras: lo que atrae de Santa Cruz es que no sufre las limitaciones emergentes del discurso retrógrada instalado en el occidente por los Midas inversos que encontraron la fórmula para convertir en basura todo lo que tocan.

Nada se explica en sí mismo; todo está relacionado. Estamos viviendo el alumbramiento de la nueva configuración política institucional que la sociedad boliviana requiere en el fondo. El país pugna por su renacimiento y la batalla está en curso. Con varias banderas. Entre ellas, el cambio inevitable del centro de poder en función de la dinámica económica y social, exigiendo de unos la admisión del agotamiento de su ciclo y de otros la urgencia de ampliar su horizonte superando los límites meramente regionales para representar al país entero.

Otra tiene que ver con la mirada que Carlos Hugo Molina, con admirable perseverancia y serenidad, viene casi predicando: la irreversible tendencia migratoria del campo a la ciudad, que debe llevar a cambiar la lógica de una Bolivia rural que hoy no representa más de un tercio, por la de la Bolivia urbana en crecimiento.

Una tercera bandera es la derrota del centralismo insoportable, modelo ganador de una guerra paradójicamente llamada “federal” que sirvió tan sólo para trasladar la sede del gobierno de Sucre a La Paz. La antigua consigna de federalismo, coincidente en el pensamiento y la palabra cruceña y potosina, crece en contenido y significado, tomando ribetes imperativos, cuando el régimen de gobierno, trastabillante en su ineptitud e incoherencia, como bien dice Lupe Cajías, ha sido derrotado política, militar e históricamente en estos días de paro cívico de la región más pujante del país, haya o no censo en 2023. Es que el proyecto azul es el epílogo del viejo estado resistiéndose a irse. Pero no se trata de querer irse o no, sino de apuntar en la dirección correcta y eso, seguro, ya lo ha condenado.

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