02 Dic PROFESIÓN DE FE
De fe, de eso se trata este documento. “Fe” viene de la voz latina “fides” que quiere decir “creer”, derivada de “pistis” cuyo significado refiere la lealtad de los mortales a una deidad sobrenatural. El camino de desarrollo histórico de esta palabra diversificó su significado, como lo demuestra la información encontrada en uno de mis sitios web preferidos, wordrefence.com, de donde transcribo literalmente a continuación que “fe” es: “creencia en algo sin necesidad de que haya sido confirmado por la experiencia o la razón, o demostrado por la ciencia”; “conjunto de creencias de una religión”; “confianza en el éxito de algo o alguien”; “promesa”; “testimonio, aseveración de que una cosa es cierta”; “documento que certifica la verdad de algo”; “buena o mala intención”; “lista, en el caso de erratas”.
Parto declarando que tomo en calidad de premisa la primera acepción anotada, la fe como “creencia en algo sin necesidad de que haya sido confirmado por la experiencia o la razón, o demostrado por la ciencia”, para descubrir mi posición al respecto corriendo entusiasmada el riesgo de caer en desprestigio ante una buena parte de la solvente comunidad científica y el extendido mundo académico, y mejor aún, de escandalizar –ojalá provocando movimientos neuronales-, a la pléyade de “progres” de toda laya, incluyendo a los “istas” de aquí y de allá. Lo hago agradeciendo mi fortuna al haber encontrado hace un tiempo un joven y vital libertario de más de noventa años, quien me mostró tierno y solidario los senderos, atajos y puentes de su recorrido existencial. En medio de ese bosque mágico de experiencias, algunas afirmaciones y muchísimas preguntas, entre otras, divisé una clave indeleble: cuando las palabras fluyen desde el corazón y la consciencia hasta los labios, la pluma y el teclado, sin considerar si agradarán o no a los demás, ese es un acto de libertad. Altamente recomendable, ¿no? Opuesto a cualquier interés de fama, dinero y poder. Sí. Altamente recomendable.
Por eso mismo, cual queda confidencia pronunciada en alta voz en estas líneas silenciosas, dejo constancia de la motivación mía para escribirlas: mi hartazgo hasta las náuseas incontenibles por las reacciones de esos “istas”, más de allá que de aquí, ante las manifestaciones de uno de los dirigentes cívicos y la biblia en el palacio de gobierno durante la lucha democrática boliviana derivada en el extrañamiento del poder al tirano y sus estructuras delincuenciales, según ellos evidencia suficiente de la “tendencia fascista ultraconservadora” de esta gesta histórica, democrática y pacífica, denunciada con amplitud y en tono altisonante; argumento añadido a otros en favor de la teoría de un golpe de estado difundida con ridículos aires de salvaguarda del destino de la humanidad. Tal argumento adolece de una inconsistencia inaceptable al provenir de sujetos presumidos de su reclamada vasta formación, que sin embargo confunden fe con religión y ambos con fanatismo revelando una supina ignorancia al respecto. Vamos por partes.
La fe no es religión. La palabra religión deriva del latín “religare” que significa “atar” (muy mal comienzo). Definida como un “sistema cultural de determinados comportamientos y prácticas, cosmovisiones, éticas [1], textos, lugares sagrados, profecías u organizaciones, que relacionan a la humanidad con elementos sobrenaturales, trascendentales o espirituales”, se establece que tiene carácter objetivo mientras la fe subjetivo; por consiguiente, susceptible de control y sanción social, lo que no sucede con la fe que permanece en la esfera propia y privada de las personas, relacionándose ambas en la medida en que ésta, la fe, lleva a manifestaciones religiosas, en distintos grados y formas según tiempo y espacio. Ilustran esta aseveración los distintos cultos de las grandes religiones monoteístas – judaísmo, cristianismo e islamismo, de origen sucesivo y más vinculado de lo que se piensa–, los rituales de culto a las fuerzas naturales derivados del panteísmo de las culturas originarias de África y América, las prácticas de recogimiento interior y ascetismo asociadas al hinduismo y al budismo. En todos los casos se integran costumbres vinculadas a acciones y omisiones, generales o especiales, según circunstancias y momentos. La ingesta de ciertos alimentos o la prohibición de consumirlos, los periodos de ayuno y los momentos y formas de oración, con lecturas de los libros sagrados respectivos, son buenos ejemplos de ello. La práctica religiosa, igual que la fe, se integra a la libertad en cuanto al culto se refiere. Cada quien es libre de creer o no y de rendirle culto a lo que cree, si cree, de la manera que su religión lo dice.
Las derivaciones de la religión son diversas. Considerando el control y la sanción social que la acompañan, suelen ser negativas. Tomar más importancia que la fe; aún más, la desplaza y contradice. En ese contexto ha surgido la nota peyorativa de la “beatería”, de los “beatos y beatas”, descendientes directas de los sepulcros blanqueados: los fariseos. Provocar fanatismo, ese apasionamiento exacerbado que conduce inevitablemente a la intolerancia; todo junto a la ortodoxia y al fundamentalismo (la biblia dice…”, “el Corán manda…”), lugares de confinamiento y prisión más cerrados que cualquier recinto carcelario. Ser un eficiente instrumento de los sistemas políticos de dominación y opresión, jugando a su favor la divinización del poder y sus representantes bajo pena de condena eterna. Es esto tan fuerte que incluso el totalitarismo estalinista, oficialmente ateo y persecutor implacable de las religiones, sustituyó a Dios por Lenin y a la iglesia por el partido comunista, recursos del terror al servicio del poder tiránico. Ejemplos históricos de la relación entre religión y política son la conquista española de América en el pasado, las dictaduras militares en Latino América y, desde algunas décadas, la influencia decisiva de las iglesias y sectas cristianas no católicas en los procesos electorales, jugando a favor de las opciones más conservadoras en materia de derechos de las mujeres y de los homosexuales especialmente, como es el caso de George Busch en EEUU y de Jair Bolsonaro en el Brasil.
Sin embargo, esa es una parte de esta historia. Hay otra, distinta, ignorada adrede por los esclarecidos representantes “progres”, relativa al catolicismo comprometido con las luchas sociales desde la década de los años sesenta, cuya contribución fue decisiva en la conformación de movimientos de estudiantes y profesionales que participaron en el enfrentamiento de las dictaduras latinoamericanas, habiendo aportado ideas y acciones a través del invalorable testimonio de sus militantes que entregaron lo mejor de su vida a esta causa, habiendo muchos de ellos sufrido persecución, exilio, prisión, torturas y muerte; no sólo por su decisión revolucionaria de hacer del mundo un sitio más justo, sino también por su fe en Dios.
Por eso refuto a quienes reducen las cosas a los clichés y se afanan por ser parte de la caterva por sus complejos e inseguridades, repetidores de viejas frases con palabrejas rimbombantes aplicadas a todas las situaciones, les vengan o no, ahorrándose tiempo y esfuerzo crítico, porque suelen ser también holgazanes. Tan poco íntegros que proclamándose ateos, participan con gran entusiasmo en las “khoas” y las “ch’allas” rindiendo culto a la “pachamama”, cual panteístas convencidos sin rebasar los límites de la presencia intrusa del turista admirado por lo exótico. Peor aún porque nunca he sabido que se hayan pronunciado con respecto al islam y sus abiertas injerencias en Bolivia, habiendo permanecido en cómplice silencio cuando se recibía con honores a Mahmud Ahmadineyad en 2007 y 2009, en ceremonias y reuniones proscritas a la presencia de las mujeres en rigurosa aplicación de las creencias y normas musulmanas, disfrazando con un burka a una niña alteña encargada de entregarle flores al tirano persa, o ante la denuncia de las médicas y enfermeras del hospital iraní instalado en El Alto que eran obligadas a ponerse velo. En esos casos no importó ni la peligrosa combinación entre política y religión, ni la cacareada “soberanía de los pueblos”. Pero claro ¡qué inocencia la mía! ¡Es que el fundamentalismo islámico está asociado con el bloque enfrentado con la civilización occidental que es la encarnación nada más y nada menos que del odioso capitalismo, causante primero y último de todos los males que aquejan a la humanidad! ¡Cómo entonces atreverse siquiera a insinuar que ese es el paradigma fascista ultraconservador que nos amenaza someter! En palabras de mi madre ya difunta, bien harían en irse a bañar.
Expuesto lo que no es la fe, veamos qué es. La fe es la consciencia íntima de la existencia efectiva de ese algo intangible, sin tiempo ni espacio, al que se ha dado muchos nombres, en este caso “Dios”, consciencia sin evidencias empíricas de respaldo. Se funda en la inagotable sed de trascendencia humana, en la terca resistencia a dejarse confinar en los estrechos rincones de las externalidades de un mundo donde solemos penar y descontentarnos, gozar y alegrarnos, donde solemos aspirar y soñar, cerrando y también abriendo los ojos y las manos; un mundo extendido a la subjetividad en su esencia hasta el punto extremo de haberse dicho en boca de uno de los destacados exponentes de la ruptura epistemológica que “la realidad es lo que se dice de ella” poniendo en entredicho las verdades sobre la verdad que acaba por convertirse en un péndulo entre un sí y un no. Surge de la honda sensación de desvalimiento de la pequeñez humana ante lo indeseado inevitable y ante lo desconocido a veces amenazante, a veces esperanzador. Expresa la terrible debilidad de quien se siente mortal y se aflige por serlo, edificando la fortaleza de su inmortalidad sobre la base de, en palabras más o menos, de revelaciones adivinadas o inventadas, escuchadas o leídas, conductores al auto reconocimiento de ser “a imagen y semejanza”.
Caudal interno anidado en el corazón, no en su razón, no se hereda ni se compra; se hace, crece, se deshace y pierde, a veces; no en todos; en algunos; quien sabe si tiene semilla, si estuvo dormido y despertó, no sé; cuándo, cómo y por qué, tampoco sé. Como por albur o predestinación, puede que sí, puede que no, y no se debe a esfuerzo alguno, ni propio menos aun ajeno. En palabras tomadas del viento: “es un don”; así lo creo, así lo siento. Por consiguiente, no merece recompensa ni castigo pues no es mi mérito tenerlo ni delito carecer de él; sobra propiciarlo haciéndose ociosa la prédica y peor aún el adoctrinamiento; sobra igualmente reprimirlo haciéndose infructuosa la persecución y la sanción. La fe es asunto íntimo personal integrado a la libertad de pensamiento, de sentimiento y de imaginación, de expresión, de culto y de conciencia. Sí, sí, sí, a todas esas esferas de la libertad. Y está probado que “a pesar de las jaulas, puede el pájaro cantar” como dice una de las letras más sentidas de “Los de Siempre”, “Eterna amada”. Añado de mi parte, así sea en silencio. [2]
Los días de lucha democrática fueron días de fe. En el tiempo de la desesperación por el desvalimiento ante la amenaza de la oscuridad delincuencial de la dictadura, creyendo todo perdido para entonces encender una vela y rezar el rosario acunando el alma con el murmullo de las oraciones repetidas desde y hacia adentro. En el tiempo de la esperanza al saber que seguían las pititas en las esquinas y oír las cacerolas tañendo en centenares de manos anónimas testimoniando la decisión de recuperar a toda costa la libertad, cada noche a las nueve sobre las calles de una La Paz casi desierta por poco convertida en una masacre. En el tiempo de la angustia por los sureños a merced de los sicarios en el altiplano vuelto “México chico” y en los barrios paceños por la perversión de comunidades, organizaciones, dirigentes y gentes como parte de la estrategia de dominación que se temía invencible. En el tiempo de la alegría al conocer que la policía decidió por el pueblo con todas sus consecuencias, precipitando la salida de soldados, oficiales, vehículos y aviones militares asombrosamente en defensa de la patria y los patriotas desarmados de todas las edades. En el tiempo estremecido de la solidaridad fraterna en los puntos de vigilia donde asomaron las lágrimas ardientes de las brasas contenidas de nuestra eterna rebeldía, memoria histórica hecha carne en el pueblo que formamos, al compartir unas galletas y tomarnos un refresco, al hacer coro en los himnos y rezar juntos en ecuménico encuentro. En el asombro por la victoria impensada que “coronó nuestros votos y anhelo” y cambió el color del cielo y el olor del aire, refrescando nuestros rostros al soplar de frente sobre ellos los desafíos pendientes porque sabemos que apenas comienza el nuevo camino, que la democracia es aún una promesa que nos debemos y vamos a cumplir, decidida y amorosamente. Desde aquí y desde ahora, cerrando el texto con una sonrisa dirigida a esos detractores de nuestra conquista. De corazón, ¡qué Dios les bendiga!
[1] Sustituiría “éticas” por “morales”.
[2] La película de Scorcese intitulada precisamente “Silencio” propone cuestiones de profundidad mayor a propósito de la fe y la libertad religiosa. De trama compleja, muestra el silencio de Dios ante el sufrimiento y el martirio del creyente y el silencio de éste, del creyente, impelido a elegir entre la apostasía y el tormento y la muerte, propia y de otros.
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