Gisela Derpic | POR NAVALNY
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POR NAVALNY

Alexei Navalny, el líder de oposición ruso más importante, murió el 16/02 a sus 47 años. En la plenitud de su vida y circunstancias oscuras. Tánatos estuvo desde hace más de 10 años en paciente ronda a la espera del corte del hilo de la vida de Alexei por las Keres al consumarse el asesinato de ejecución continuada ordenado en contra de él por la dictadura imperante en Rusia desde el 2000. En el iter criminis se aplicaron todos los métodos de las dictaduras postmodernas en tiempos de relativismo y perversión de la realidad en discursos falsarios que la niegan y pudren. Se le difamó, procesó y condenó ilegalmente; se lo envenenó, encarceló y torturó hasta matarlo.

El hecho se produjo en una de las más siniestras prisiones de Rusia, en la región de Yamalo-Nenets, Círculo Polar Ártico, “cerca de la cordillera de los Urales (…) a casi 2.000 kilómetros de Moscú o unas 45 horas en tren desde la capital rusa”, apunta Infobae el 17/02 en la publicación “Murió en prisión Alexei Navalny, el máximo opositor a Vladimir Putin en Rusia”, lugar donde el político opositor había sido confinado a fines de 2023 por órdenes de Vladimir Putin, uno de los caudillos principales del bloque antioccidental, cuyos integrantes incluyen al régimen boliviano. Privado de su libertad y alejado de su círculo de afecto para dejarlo en soledad, a expensas del poder, intentando reducirlo a la nada con premeditación, alevosía y ventaja. Modelo nacionalsocialista alemán-estalinista soviético, espejo fascista de todos los regímenes llamados “socialistas del siglo XXI”.

Desenlace temido y anunciado, prueba de la indefensión de la democracia ante la violencia del poder abusivo maquillado de elecciones espurias en fingimiento de su legitimidad. Con tantas víctimas a quienes se niega su dignidad humana. Con tantas víctimas a quienes el llamado “sistema internacional de protección de los derechos humanos” apoya de boca a veces y abandona en los hechos casi siempre. Por la burocracia de sus entramados y procedimientos. Por la incompetencia de muchos de sus expertos. Por la complicidad de los quintacolumnistas.

Alexei denunció desde 2008 en su blog la corrupción del que llamó “estado feudal” encabezado por Putin, a quien acusó de “chuparle la sangre a Rusia”, calificando a su partido de “cueva de criminales y ladrones” como refiere una reseña publicada en El Deber de Santa Cruz el 16/02, la cual detalla que desde entonces tuvo millones de seguidores, virtuales y presenciales, habiendo decidido participar en las elecciones para la presidencia del país en 2018, ante lo cual fue vetado a través de una maniobra de los esbirros judiciales al servicio de la reproducción del poder dictatorial. Típico de las dictaduras a quienes sus cabilderos llaman “democracias de partido único”.

La misma publicación de Infobae recuerda que en 2020 Navalny sobrevivió a un envenenamiento con “una sustancia neurotóxica del grupo de Novichok, creada en la era soviética para fines militares”, hecho probado concluyentemente por tres laboratorios europeos. La autoría del régimen de Putin en ese hecho fue puesta en evidencia a mediados de diciembre de 2020, cuando Alexei “difundió una conversación telefónica en la que desenmascaraba a uno de los agentes de los servicios de seguridad rusa (FSB) para que admitiera que quisieron envenenarlo”, aunque Putin jamás lo admitió. El documental “Navalny” premiado por el Oscar en 2023 presenta el desarrollo de estos eventos.

Alexei Navalny es Héctor, hijo de Príamo, la encarnación del buen sentido, del ejercicio de la libertad en dirección del deber. Como el héroe de La Ilíada, que pudo haber huido del duelo con Aquiles y salvar su vida, él pudo quedarse fuera de Rusia en aquellas circunstancias en las cuales enfrentó la muerte por el envenenamiento ordenado desde la cúspide del poder. Pudo desde el exilio continuar difundiendo su palabra de denuncia de los crímenes de Putin y su círculo malévolo. Al final de cuentas, “mientras hay vida hay esperanza”; sin embargo, él optó por su retorno a sabiendas de qué le esperaba la prisión, adonde fue conducido inmediatamente pisó el suelo de su patria, con muchas posibilidades de ser muerto. Más fuerte que su instinto de sobrevivencia fue su sentido del deber, pues estando adentro, su sola presencia era un anuncio de la fuerza moral de su causa y del valor de su lucha por ella. Hasta ahí la similitud con la obra homérica, pues Alexei no se enfrentó a ningún Aquiles, no cayó bajo la espada de un fuerte, valiente e implacable campeón que lucha con honor cuerpo a cuerpo. Cayó bajo el aparato de un régimen perverso que en esa brutalidad pone también en evidencia su miseria, su propia debilidad.

Yo, como Príamo, más que él, mujer y madre de cinco hijos el mayor de los cuales se acerca a la edad a la que la vida de Navalny fue cegada, siento desgarrarse mis entrañas femeninas con el dolor de su prematura partida al encender una vela y rezar, por él y por nosotros, por los millones de Navalny que quedamos para seguir luchando por lo que creemos. Para cumplir nuestro deber.

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