Gisela Derpic | MEMORIA E IMAGINACIÓN
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MEMORIA E IMAGINACIÓN

La memoria es esa “facultad psíquica por medio de la cual se retiene y recuerda el pasado” según propone entre muchas acepciones la RAE o “imagen o conjunto de imágenes de hechos o situaciones pasadas que quedan en la mente” según el diccionario Oxford Languages. Proceso en el primer caso, resultado en el segundo. Por su parte y según las mismas fuentes, la imaginación es la “facultad humana para representar mentalmente sucesos, historias o imágenes de cosas que no existen en la realidad o que son o fueron reales pero no están presentes” o “facilidad para formar nuevas ideas, proyectos, etc.”.

La memoria se nutre de los datos recogidos con los sentidos en experiencias acumuladas, propias y ajenas, imprimiendo los recuerdos en los rincones psíquicos de las personas donde van perdiendo la definición de sus contornos, se fragmentan y finalmente se borran. De ahí emerge la importancia de su registro, sucesivo al procesamiento racional de la información.

Sobre una misma experiencia cada persona tiene un recuerdo propio, distinto. La película de Akira Kurosawa, “Rashomon” (1950), lo ilustra con maestría. Como quien dice, nadie tiene toda la verdad y ésta, la verdad, nunca está acabada. De ahí emerge la importancia de la contrastación de los registros, la “triangulación” en términos de investigación científica, y su complementación historiográfica, tareas ineludibles tratándose de asuntos de interés común y más en tiempos de resistencia contra la dominación totalitaria pugnando por aniquilarnos, que encuentra en la propaganda una de sus savias vitales. Propaganda para instalar la mentira  destruyendo la realidad, como en los casos de supuestos terroristas, masacres y golpes de estado que nos consta fueron montajes armados y ejecutados a plena luz del día por los siervos del poder, nativos y foráneos.

La imaginación se nutre de la libertad y pone en movimiento a la creatividad, como refiere William Yessid Beltrán Díaz en un interesante estudio de caso sobre el desarrollo académico y social estudiantil disponible en (https://repository.usta.edu.co/bitstream/handle/11634/19610/beltranwilliam2018.pdf?sequence=1&isAllowed=y). De allí emerge la importancia del arte para educar, proclamada por el poeta Friedrich Schiller en sus cartas publicadas en el siglo XIX, sustentada con rigurosidad científica por Polymnya A. Lascaris a principios del siglo XX en su tesis doctoral, “La educación estética del niño”.

A diferencia de la memoria que refleja en recuerdos la realidad, la imaginación crea realidades nunca vistas, inspiradas o no en las existentes como lo evidencia, por ejemplo, Alan Moore con sus cómics alumbrados desde su arcoirídico interior contrapuesto al mortecino y grisáceo entorno donde nació y creció, aquel suburbio pobre de Northampton, en el Reino Unido. De allí la importancia del arte como efecto y causa libertaria. Por tanto, supera las frías barreras de la razón y, ¡cómo no!, la segunda savia vital del poder totalitario: el terror. Terror para aniquilar la libertad en todas sus manifestaciones y, entre ellas, la de pensamiento y expresión, condición indispensable de la reducción de la persona a objeto pasivo de dominio.

Este es un tiempo que nos invita a desplegar esfuerzos compartidos para avivar memoria. En vísperas del bicentenario de la fundación de la República de Bolivia, ya han sido publicadas valiosas contribuciones historiográficas con miradas renovadas y frescas sobre nuestro pasado, develadoras de datos reales ocultados por los discursos oficiales, por la caterva de los militantes de lo políticamente correcto, de ayer y de hoy. Poniendo en entredicho dogmas como la maldad de los esfuerzos de las primeras décadas de vida republicana, per se, y la bondad automática de los procesos revolucionarios, per se. Son aportes con honestidad intelectual y valor civil a una verdad gracias a ellos menos incompleta que nos liberan de historias mal contadas, de la propaganda.

También es un tiempo que nos invita a desplegar las alas de la imaginación para crear un nuevo país, y en tal convocatoria radica el quid de la cuestión, porque es la posibilidad de lanzarnos al futuro detrás de los sueños en ejercicio de nuestra libertad sobre la base del recuento del pasado para reconocer lo que somos hoy. Ese es el sentido de la gesta cívica cruceña, primer atisbo claro de la vocación a liderazgo político nacional, con una visión de país unido sobre la base de profundización de su descentralización. La fuerza cruceña radica, en palabras de un grupo de estudiantes universitarios de la chura Tarija, en que Santa Cruz reúne dos cualidades: propicia el desarrollo de la iniciativa privada, antítesis de la resignación a ganar un sueldo sirviendo a un régimen que cosifica a sus subordinados, y ofrece espacios de libertad. Desde la alegría de las rotondas, de la creatividad de los memes y al son de las tamboritas han derrotado al terror. Y eso es irreversible.

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