Gisela Derpic | “LIBERTAD Y LETRAS: DESDE EL CORAZÓN” (Ponencia presentada por Gisela Derpic Salazar en el Primer Encuentro de Escritoras Potosinas – mayo 2019)
15161
post-template-default,single,single-post,postid-15161,single-format-standard,ajax_fade,page_not_loaded,,qode-title-hidden,hide_top_bar_on_mobile_header,qode-theme-ver-16.8,qode-theme-bridge,qode_header_in_grid,wpb-js-composer js-comp-ver-5.5.2,vc_non_responsive

“LIBERTAD Y LETRAS: DESDE EL CORAZÓN” (Ponencia presentada por Gisela Derpic Salazar en el Primer Encuentro de Escritoras Potosinas – mayo 2019)

“El instante en que ya no sea más que un

escritor habré dejado de ser un escritor.”

 

Albert Camus

 

“Somos nuestra memoria, ese quimérico museo de

formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.”

 

Jorge Luis Borges

 

“Letras” en el título de esta ponencia alude a “palabra” desde la perspectiva del arte. Distingo de comienzo la palabra como medio de comunicación, de la palabra como medio de expresión de la belleza. En la primera acepción, la más común, es definida fríamente como la “unidad léxica de uno o más sonidos con un significado fijo y una categoría gramatical” o la “representación gráfica de sonidos a través de una o más letras”, En la segunda es el instrumento dispuesto para el arte, esa búsqueda de la belleza, al igual que el color, el sonido, el movimiento… ramillete de dones derramados sobre el mundo cual lluvia de verano refrescando el bochorno. Pura magia.

La irresistible invitación a participar en el Primer Encuentro de Escritoras Potosinas me lleva a optar por esta segunda acepción al componer esta pieza con unas cuantas ideas provocadas por tan grato evento que me vuelve dichosa nuevamente a mi tierra natal, asumiendo por fuerza al hacerlo ser una de ellas; es decir, alguien que –de vez en cuando– aspira escribir obras literarias; alguien que –de vez en cuando– se propone crear arte;  alguien que –de vez en cuando– dirige uno de sus sueños a un texto, según diría Jorge Luis Borges, convencida de que la sola condición para hacerlo es tener algo que decir y decirlo, reglas únicas de la literatura, como afirmó convencido Oscar Wilde.

Digamos pues que soy una escritora que comenzó su trayecto por las suaves colinas de la literatura apasionándose por la lectura, atendiendo sin saber las consejas de dos grandes literatos, Howard Phillip Lovecraft y Stephen King, quienes afirman ser imprescindible leer mucho para escribir después, las grandes obras de la literatura universal a manera de estudio profundo conducente en principio a una necesaria ampliación del vocabulario que proveerá de los recursos lingüísticos suficientes de una armonía mínima deseable de texto, a la par que a la correcta construcción gramatical y la observación rigurosa de la ortografía,  y de allí  a una comprensión de los diferentes modelos narrativos y del uso de las figuras literarias.

Mi periplo comenzó cuando apenas me atreví a publicar “Tejiendo el tiempo”, una colección de anécdotas familiares en una visión femenina de clase media sobre la vida en Bolivia desde la segunda mitad del siglo XIX hasta comenzado el siglo XXI. Lo hice al rendirme a la evidencia de que corría el riesgo de no ponerle un punto final a la obra y fondearla en el baúl no de los recuerdos sino de los olvidos. Antes había publicado varios materiales, todos de índole académica, ninguno con vocación artística, de modo que no vienen a cuento.

Algunos fragmentos ilustrativos de este libro en el que atisban tímidamente los recursos literarios son:

“Recordó a aquella viuda, joven y desvalida, cuyo esposo había muerto a pocos meses de casarse a raíz de una feroz caída del caballo que lo llevaba de regreso a su casa después de una noche de juerga con sus amigos. Octavio la había ayudado tanto, visitándola noche a noche en la casa que le quedara de herencia del difunto, recibiendo por la ayuda, según decía, que ella le contara cuentos. Rosaura misma había convencido a sus hijas, de corta edad por entonces, de la existencia de la nueva Scherezada y pasó sus mil y una noches saboreando la amargura de la que es engañada y a su vez engaña por guardar las apariencias”. (Derpic, 2005)

“Ciudad fría y alta. Con un clima que inspiró a alguien a decir que allí había sólo dos estaciones al año: el invierno y la del ferrocarril. Tal fue una de las causas de que sus pobladores desarrollaran una actitud hospitalaria en extremo, compensando el rigor de la temperatura con el calor humano brindado sin límites a los forasteros. Pueblo chico, infierno grande, pero a pesar de todo, “Mi Potosí querido”, como se llama un tango”. (Derpic, 2005)

Proseguí con mis “590 días de travesía prefectural”, un relato novelado de la fugaz e intensa experiencia primicial y única en la función pública que viví entre 2003 y 2005, periodo excepcionalmente convulsionado de la historia política boliviana reciente, escrito a impulso del reclamo contundente de una amiga que me desafío a difundir los detalles de ese tiempo bajo pena de no ser perdonada por el silencio, habiendo logrando un texto sencillo que combina información relevante para la ciudadanía que no sabe lo que sucede detrás de las paredes de los viejos y nuevos edificios en que el poder se cobija y casi siempre esconde, con pasajes muy sentidos que arrancan sonrisas y carcajadas, que hacen fruncir los ceños y derramar algunas lágrimas. De esos últimos es el siguiente:

“Cierro los ojos y mi mente vuela hacia aquel hermoso lugar, a esos territorios de desiertos blancos y aguas de colores flanqueados por los que yo bauticé con el nombre de los cerros acuarela y entremezclados por las pampas coloradas, los tholares y el valle de las piedras salpicado de yaretas. Vuelvo a sentir azotándome el viento helado mientras huelo a arena y a sal, estremeciéndome de frío al mismo tiempo que me quema el sol. Y me prometo que volveré por allí, una y … no sé cuántas veces más. Lo haré para, entre otras cosas y en palabras de Carlos Mesa, “encontrarme con mi alma”. (Derpic, 590 días de travesía prefecturaL, 2011)

El cierre del texto presenta el desemboque de la experiencia narrada:

“Educar para el goce de los derechos y para el cumplimiento de los deberes. Educar para construir y cuidar a la patria. Educar para trabajar y dejar trabajar… en fin, educar para vivir en paz y así alcanzar una vida con calidad.

“¿Qué más queda? Pues mi tozuda negativa a abandonarme en un sillón en el rincón más calentito de un cuartel de invierno, ni siquiera cuando esté gozando de los privilegios de la tercera edad. Mientras viva, seguiré intentando vivir experiencias que merezcan la pena ser contadas.” (Derpic, 590 días de travesía prefecturaL, 2011)

Cierra mi producción literaria impresa con “En LIBERtad, Charlas con aquel que está aquí”, las memorias de mi sensei, Libercito, plasmadas en un libro descrito por el editor de la siguiente manera:

“En las páginas de “En Libertad” de Gisela Derpic asistimos a un diálogo íntimo y generoso, tramado a partir de la complicidad del amor, en el que Liber recuerda el recorrido de su largo y heroico camino. El detallado relato de una vida – ejemplar por su intensidad y consecuencia- que nos permite revisitar varios acontecimientos trascendentales de la historia nacional y mundial del agitado siglo XX y conocer a un incansable luchador por la libertad”.

Oscar Díaz Arnau, comunicador social y escritor, al presentar el libro en Sucre en julio de 2015, destacó que se trata de una composición rara desde el punto de vista de construcción gramatical, pues combina la primera, la segunda y la tercera persona. Debo dar honesta cuenta de que sus palabras me ilustraron, pues tal cosa no pudo ser intencional porque la desconocía. Es más, fue un texto que fluyó sin pasar por filtros reflexivos, escrito a toda prisa, en horarios marginales. Como en la apertura del libro se anota: “Yo con Erich Fromm o Erich Fromm conmigo, luchamos por el derecho a la palabra que tiene el corazón. Vamos pues a dejar que hable”. (Derpic, En LIBERtad, Charlas con aquel que está aquí., 2015), es un escrito desde el corazón en que la prosa toma un acento poético que se manifiesta con mayor fuerza:

“Abandono el laberinto del lecho en que me pierdo cada noche y asiendo tus invencibles manos extendidas a la gente por casi un siglo, me elevo por encima de la rutina y de mí misma, flotando abrazada de la luz para emerger de la oscuridad íntima del dormitorio, dejándome llevar hacia el ventanal desde donde tomaré el regalo anunciado”. (Derpic, En LIBERtad, Charlas con aquel que está aquí., 2015)

Trasluce además el contexto de la elaboración del libro, un contexto de experiencia profunda de vida y de muerte. Como afirma Carlos Fuentes, “Debes ver la cara a la muerte para empezar a escribir seriamente”, llegando más lejos en esa línea reflexiva Alfredo Conde cuando dice: “Ser escritor es robarle vida a la muerte”.

Los párrafos finales de “En LIBERtad, Charlas con aquel que está aquí” así lo testimonian:

“¿Quedaron muchas cosas sin contar, dormidas en ese silencio temporal que a veces se hace insuperable? Sí, muchas. La expresión de tu rostro está hablando, compañero de la vida mía, y no, no me hago “la del otro viernes”, te entiendo perfectamente. Aquí está lo que queremos que esté, aquello de lo que venimos charlando desde aquella tarde maravillosa cuando crucé en umbral de tu vida para no salir nunca. Lo demás lo guardamos amorosamente por ahora porque tú y yo vamos a hacer una pausa, querido, una de esas maravillosas pausas que dicen tanto.

               “Nos ponemos en tres cuartos, ¿quieres?, así nos encontramos, tú y to, siempre, y nos encontramos también con los seres como nosotros con quienes compartimos todo, y con las cosas, pequeñas cosas, igual que en el escenario de un teatro.

               “Cerramos los ojos y nos quedamos mirando el infinito del que somos parte. Tal vez en otra ocasión sigamos. Entretanto, te abrazo, te beso y te dejo descansar, arropándote con mi amor.

               “Hasta después…”   (Derpic, En LIBERtad, Charlas con aquel que está aquí., 2015)

Y bueno, sobre la base de lo dicho, si soy una escritora, entonces soy una maga o una bruja. Sí, una bruja que en el alma vuelve a vivir lo vivido o lo soñado a propósito de lo vivido, para desde allí lanzarse a crear y recrear un mundo reflejante de sus más recónditos lugares, los más íntimos, abriéndolos al compartirlo en una sucesión de palabras con aspiración a convertirse en imágenes una vez sean arribadas a los ojos u oídos de los otros; tal como sucedía cuando siendo apenas una niña me perdía en las páginas de las novelas de Julio Verne, Fiodor Dostoievski o Alejandro Dumas puestas amorosamente en mis manos por Jorge, mi padre, quien no se cansaba de sentenciar con un dejo de misterio provocativo de mayor interés: “Las letras se convertirán en imágenes en tu cabeza”. No se equivocó, así mismo fue y sigue siéndolo.

Esa conversión casi milagrosa de las letras en imágenes deviene de una empresa de no escasa envergadura encargada a quien escribe, dado que eso de que “una imagen vale más que mil palabras” es cierto y, por tanto, desafía a aquel ser, decidido por la literatura frente al arte mayor de todos, el Teatro y sus derivaciones. Lograrlo requiere cultivarse, de la única manera que todo se cultiva: en la práctica, constante y perseverante hasta lograr un discurrir armónico de palabras y silencios que dibujen, literalmente (nunca antes mejor dicho) lo visible y lo invisible, lo inmediato y lo mediato. En tal cometido, la pluma, lengua del alma para Miguel de Cervantes, se hace el pincel y el cincel con que se dibujan y esculpen las escenas que concatenadas harán una historia, no siempre luminosa y agradable, como se aprecia del siguiente fragmento del trabajo en preparación “Crónicas reales de un mundo imaginario”:

“Al lado del montón de basura, en la misma esquina, hay un grupo de personas sentadas en el borde de la acera. Sigue corriendo sin dejar de mirarlas, cuando puede distinguir lo que están haciendo, su cuerpo se estremece como si hubiera recibido una descarga de alto voltaje para luego quedarse quieto. De pronto se ha convertido en una figura inerte, se siente y parece de piedra. Esas personas, están comiendo mientras departen animadamente, riendo a carcajadas. Su tieso manto corpóreo parece desmoronarse cual un hielo sobre las brasas de su conciencia que gritan, ardiendo, que no, eso no está bien, ¡nada está bien! Ahora sabe que estaba en lo cierto cuando se dio cuenta de que algo no cuadraba, de que nada cuadraba, ¡¡¡NADA!!!, ni él con este que siente ya no es su mundo. Aprieta el paso. Su corazón se va estrujando y al hacerlo suena como papel celofán arrugado empecinado vanamente en resistir quedar arrinconado en su confinamiento último.

“El ritmo que marca sus pasos convoca recuerdos combinados de tiempos sobrepuestos que sin embargo configuran un mismo paisaje de evocación en el que imágenes de comedores y cocinas emiten aromas dulces y picantes de platillos, postres y masitas en multicolor combinación, de eso que se llama “CO – MI – DA”. De otro lado, en ubicación opuesta, en degradación a negro y gris de todos los tonos, los muladares acogiendo desechos apilonados de cuanto material inservible genera el consumismo, destapando cuadros fétidos que escurren densos hilos ocres visiblemente descompuestos; de eso que se llama “BA – SU – RA”. Comedores versus muladares, comida versus basura… versus, ¡versus!, ¡VERSUS! ¿Entiendes?… versus… veeersuuus… ¿versus?… no entiende. Vuelve el estremecimiento y vuelve su mirada atrás, a lo lejos. No cuadra, NADA CUADRA.”

O pincel y cincel dando cuenta inequívoca de los lugares en descripción de lo real con algo de poesía:

“Aquella mole de roca y tierra que se yergue arañando el cielo hacia el sur y se hace visible desde muy lejos por sus dimensiones impresionantes es, entre otras cosas, una muralla erigida sin la mediación de mano alguna, tan enorme como para contener los incesantes vientos que soplan amenazando llevarse todo por delante. Es, además, un coloso de plata y de estaño y de zinc y de antimonio y de plomo y de…. ¡ya, ya, ya, para qué seguir! Coloso, pero ¿sabes qué?, es hembra. Sí, sí, sí, eso decían los abuelos de los abuelos de los abuelos de los abue… y otra vez, ¡ya, ya, ya, para qué seguir! Repitiendo los relatos oídos desde la niñez por quienes nacemos o vivimos allí, contados en primicia por boca de esos antiguos testigos seguramente habitantes de este lugar cuando los llegados de lejos, desde el norte, desde arriba, ¡quién sabe desde dónde!, llegaron, ¿no? Pues así, esos abuelos que supieron, esos que vieron, esos, contaban que los cerros siempre son pareja, van de dos en dos, uno es macho y otro hembra. En este caso de la tierra alta descrita con mis palabras para ti, el Grande, hembra y el Chico, macho. Otro contraste añadido a los demás.”  (Fragmento del trabajo inédito LIBERando)

 

La misma conversión de las palabras en imágenes experimentada en la lectura de los textos de los grandes literatos activa una cualidad creativa propia inmensa, tanto que se aprende a trascender la realidad tal y como es hacia otro plano, nuevo e insospechado, el de la realidad como podría ser, como creemos, tememos o quisiéramos que sea, todo envuelto en una espiral creadora que disuelve los límites con la ficción. En ese punto lo único real es la obra creadora del artista en la que se desintegran y reviven personajes, lugares y eventos, como se aprecia a continuación en el cuento “Ataque propio”:

“Las penumbras avanzan disipándose hacia la alborada de un sábado grisáceo cualquiera. Los pasos arrastrados desde la farra despiertan al benjamín y su llanto sobrecogedor sobrecoge irrumpiendo porque viene del sobresalto por el súbito mal despertar. Se desata la lluvia soez inundando los oídos y el cuerpo indefenso se acurruca cerrando los ojos como siempre para sufrir, ciega y mudamente. Las manos mugrientas asestan los golpes una y otra vez, sordamente. “Ya se van a cansar, ya”. Se cansan, de golpear. De pronto, dejan vacío el moisés, llevándose al niño por los pies rumbo al patio. La mujer recupera su ser sin saberlo, después de más de cinco años, lo hace. Se pone de pie y mira. Aterrada comprende lo que la bestia pretende hacer, pues se acerca al turril que rebalsa. Toma lo primero que sus manos desesperadas alcanzan y sale corriendo detrás… Todo se nubla entonces…” 

Y en este otro, “Lecciones”:

“La luz temprana se colaba con dificultad por los ventanucos cercanos al tumbado pintado caprichosamente de lluvia con figuras apenas visibles en la oscuridad campeante. Giró la cabeza ciento ochenta grados aguzando la mirada. Sólo olió la noche interminable decidida a quedarse, aferrada al pesado vaho húmedo y dulzón hecho dientes y uñas hincándose en sus entrañas, revolcándolas. Rara sensación por la intrusión riesgosa en un terreno desconocido y sórdido que era indispensable estudiar. Se convirtió en un ovillo dentro de los pliegues grises del raído abrigo elegido para la ocasión al sumergirse en la silla esa, ciega e inerte, integrada en la mortecina quietud quebrada a pocos minutos por los arrastrados pasos acercándose lánguidamente desde atrás. Corrió los telones de sus ojos, conteniendo la respiración… casi hasta no poder más.” (Derpic, En libertad, 2019)

 

Se constata algo, obvio y natural: las imágenes propiciadas por las narraciones no tan sólo se instalan en la cabeza; lo hacen en el corazón, auspiciando sentimientos y emociones diversas. Hacen reír, como “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha» de Miguel de Cervantes Saavedra; hacen llorar, como la novela de Harriet Beecher Stowe, “La cabaña del tío Tom”; sobrecogen, como “El hombre que amaba a los perros”, de Leonardo Padura;  horrorizan, como el relato de Jan Valtin, “La noche quedó atrás”… Por eso es criminal gestionar la enseñanza de la literatura obligando a aprender de memoria nombres y biografías de autores, definiciones de figuras y estilos literarios, imponiendo el engaño y autoengaño a través de los resúmenes que, casi siempre, son plagios de “copia y pega”, privando a la juventud de una lectura pausada, único vehículo seguro del deleite espiritual con la belleza de las letras.

Así, el corazón es desterrado al confín del paisaje de las potencialidades humanas por el cerebro. Los sentimientos y las emociones por la razón, La sensibilidad por la inteligencia. Las artes por las ciencias. Tanto que se ha intentado que dejen de ser artes para volverlas ciencias, forzada y perversamente. Tanto que la propuesta de la educación de los niños por el arte ha sido ignorada, enfatizándose el cultivo de los músculos en distorsión del concepto de formación integral.  Es que, como dice Liber Forti recordando las propuestas de Herbert Read, existe una relación entre la belleza y la bondad, hasta el punto de que quien aprecia la una, apreciará la otra. Tomará partido. No en vano Hugo Celso Felipe Mansilla escribió hace unos años un artículo de opinión muy acertado: “El abandono de los valores éticos y estéticos”, poniendo en evidencia la estrecha relación entre ambos planos a partir de la reflexión acerca del contexto actual en que vivimos.

Según los estudios de Polymnia A. Lascaris, doctora de La Sorbona, reflejados en su tesis de grado “La educación estética del niño” defendida con honores en 1928, el despertar de las almas infantiles a la sensibilidad ante la belleza mediante la experiencia artística es una de las claves a favor del afloramiento y desarrollo de las tendencias humanas hacia la bondad. Añado de mi parte que el camino sucesivo desde allí encuentra como hitos destacados a la solidaridad y a la libertad, comprobación de que también se respira con el corazón, parafraseando una vez más a Liber, y porque la entrega a los demás supone la ruptura de las ataduras que condenan al aislamiento egotista.

No fue Lascaris ni la primera ni la única en este abordaje. Sus precedentes son por mucho anteriores. El poeta Schiller, autor de la letra de la “Oda a la alegría” (1786), monumentalmente musicalizada por Beethoven en su Novena Sinfonía, ya escribió en 1795 unas cartas que configuran un libro, “La educación estética del hombre”, donde afirma que a la facultad creativa que desarrollan los artistas, se suma un sentido crítico profundo, de manera que la conciencia de las personas surge de su sensibilidad y no de su razón. Podría decirse en consecuencia: “Siento, luego existo”.

Siendo así, resulta obvio por qué el corazón sigue hasta ahora arrinconado, es por su vínculo inquebrantable con la libertad, la última estación para llegar al acto creador, requisito sine qua non de la creatividad, porque ésta, la creatividad es la explosión incontenible del ser humano desde su interior, es el desemboque de su esencia e identidad, únicas e irrepetibles; tiene carácter irreductible y entraña irreverencia porque desafía a los dogmas y prejuicios; se atreve, es osada.

Es por eso que el arte auténtico no se vende ni se alquila, no se usa ni se acomoda; no compite ni excluye; se opone al dinero y al poder, a los intereses mezquinos y a los miedos. Es por eso que las dictaduras clausuran las imprentas, queman los libros, sofocan económicamente a la prensa libre y persiguen a los columnistas, poetas y escritores con saña inusitada. Es por eso que la libertad de expresión es uno de los pilares fundamentales de cualquier democracia.  Es por eso que la lucha de los verdaderos artistas es la lucha por la libertad, por la suya y la de los  otros, de cada uno y de todos, por esa posibilidad de elegir que cada quien se da a sí mismo en este mundo empecinado en sojuzgar quedando una sola respuesta en los términos contundentemente claros de Albert Camus: “La única manera de lidiar con este mundo sin libertad es volverte tan absolutamente libre que tu mera existencia sea un acto de rebelión”, lo cual en el caso de la literatura expresa con tanta pertinencia Georges Orwell cuando dice “La libertad es el derecho de decirle a la gente lo que no quiere oír”.  Decidir el asunto a abordar, la perspectiva de tal abordaje, las notas a destacar y el estilo a aplicar. Hacerlo sin pensar, dejando fluir los contenidos del corazón sin detenerse siquiera a considerar si han de agradar o desagradar porque Wilde acertó: “El arte es la forma de individualismo más intensa que el mundo ha conocido”, haciendo de la literatura lo que uno de los más surrealistas escritores, Franz Kafka, postuló: una expedición a la verdad. ¿A qué verdad? ¡A la mía, a la tuya, a la de cada cual!

No Comments

Post A Comment