Gisela Derpic | LIBERANDO VIII
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LIBERANDO VIII

NUEVOS DESPERTARES: PLANO DEFINITIVO

     Saltaste con la gracia perenne de tu caminar armónico mientras ejecutabas a la perfección el movimiento escénico con tu cuerpo expresando la estética proclamada en y por tu vida. Una vez más como aquel jovenzuelo de ayer, de hoy, ¡de siempre!, ascendiste en la estación final al último vagón del tren que irrumpió decidido e imparable en aquella fascinante puesta en escena iniciada casi una centuria atrás, inaugurando una trama imperdible de apasionante, increíble, ¡loca!, aventura, demoledora de sacralidades y mitos, de prejuicios e ideologías; diseñadora de sueños y de alas para ir a por ellos. Fue una improvisación que a ti mismo, su autor e intérprete, sorprendió, porque estando solapada en el libreto, no lo estaba… o al menos, no aún. Si lo sabré yo, compañera final y eterna, testigo y cómplice de uno de los deseos más íntimos acariciados en silencio: superar ese terrible “casi” para alcanzar la plenitud de la centuria, tu centuria, mi regalo.

Allí, sobre ese vagón comenzó tu recorrido por el tramo final, en pos de aquel derrotero inalcanzable que vislumbraste en 1946, los nuevos horizontes. Tu estado extremo fue seguido por las medidas extremas, esas procuradas por una ciencia desesperada de justificarse sin lograrlo, en el afán de prolongar la vida  siempre con sabor a poco por el mucho dolor que provoca, dentro y fuera de los cuerpos en lucha encarnizada entre la aceptación de la muerte y las ansias por seguir viviendo. Prolongación decidida y comunicada sin dubitaciones al decirme “¡Quiero vivir hasta mi último suspiro!”, ratificada al solicitar el recurso último de aquella cirugía que postergó unos meses el desenlace sabido.

Así dio comienzo el tiempo de juego de las certezas. Sí, certezas de final y de comienzo, de desesperación y de esperanza, inmensas todas, equivalentes y convergentes en las angustiosas incertidumbres de la misma forma de ninguna y de todas, sin dejar de moverse cual las aguas quietas cuando son golpeadas por las gotas de lluvia y dibujan círculos interminables, cambiando en su expansión de lazos de grosores y longitudes múltiples elevadas hasta el fondo del cielo, y en su contracción de espirales estrechadas y túneles oscuros hundidos hasta la cima del subsuelo, provocando el cambio irreversible del cuerpo vivo donde se acogen o que invadieron, en cuyo seno parecen haber iniciado una danza patética, entre vital y mortal.

Certezas de final y de comienzo compartiendo las dimensiones y el mismo espacio íntimo donde fueron sembradas a sabiendas o subrepticiamente, allí adentro, tan presentes e imperceptibles por su propia naturaleza, sin mediar los deseos o elecciones de alguien. Certezas de final que mejor es dejar ocultas como suelen estar, o caso contrario, ocultarlas esforzadamente si pretenden asomarse y quedar desnudas, en evidencia, eligiendo hacer eso, dejarlas escondidas, para sobrevivir. Sí, ocultarlas ante tus y mis propios ojos, inquietos al escudriñar con ansias en todas direcciones arrogándose el derecho de inmiscuirse en los rinconcitos esos, ahí;  en las distancias que a ti te pertenecen, a más nadie, buscando las certezas de comienzo; sí, sí, sí, allí donde si quieres, solamente si quieres y si quieres solamente, la chispa de luz yacente desde antes de haber comenzado tu memoria y la mía, arderá en intensas llamaradas blancas enceguecedoras haciendo la magia que entonces sí, al fin, se hará visible.

Por eso ahora, todavía ahora, cuando ya esas certezas de final decidieron quedarse para siempre, mi voz sigue siendo un susurro para hablar de ellas, lo más bajito que me es posible, tanto que se hizo y se sigue haciendo, suspiro. No quise entonces que las oigas, no, ¡no!, y encerré las palabras en la garganta y sus nudos, haciéndolos más ciegos al tragarme las lágrimas a tiempo de esconder las miradas para no convertirme, aún lejos de cualquier intención, en una agresión más a la quietud indispensable, acompañante del último periplo encaminado a la meta definitiva o transitoria, estratégica o táctica, sin asegurar ni probar; pero eso sí, ineludible y misteriosa como todas las muertes anunciadas.

  • “Sabemos que el tiempo que tenemos es muy corto ¿no?”. “Te vas a quedar hasta que me haya ido, ¿no me dejarás?”. “Cuando muera no quiero velorio, llamas a las personas más cercanas, esos hermanos tan solidarios con nosotros, y con ellos llevarás a cremar mi cuerpo”. “Ni de vivo peor de muerto voy a ser motivo para que los figuretis y demagogos se saquen la foto conmigo”. “No quiero discursos ni homenajes”.

Muerte anunciada, sí, como se anuncian todas las muertes al agotarse el  tiempo acopiado en las células y en el corazón. Muerte anunciada y temida, por distintas razones: desde los asuntos pendientes desatendidos, los proyectos surgentes de las mentes creativas, incansables proponentes porque se atreven a ver la realidad como puede ser, no tan sólo como es, hasta por no caer en la oscuridad intuida detrás, sucesiva, “donde mi voz no resonará”.

Cuando me perdí en el fondo de tus ojos al reencontrarnos me presentaste a la muerte, honda y vitalmente. La conocí y recorrió de punta a canto por mi cuerpo. Me familiaricé con ella tomándole de a poco una confianza sustituta de la normal negación a considerarla, a pensar en ella siquiera. Le perdí el miedo, acercándome; le tomé respeto: es invencible, ante ella no tendrás opción alguna, te derrotará, sin remedio. Lo único ignoto es el momento preciso de su arribo.

  • Leí la noticia en el periódico. Supe que está en la clínica… es el final, lo sabes, ¿no?” – voz amiga por teléfono.
  • Sí, lo sé – firme en la pesadumbre.
  • Acompañé a mi madre en ese trance, sin saber cómo y fue muy difícil. Después conocí a unas personas que me prepararon para situaciones similares. Con mi padre fue distinto, una experiencia positiva… Si tú quieres, si crees necesario, tal vez podría…
  • ¡Claro que quiero! – interrumpiéndole – lo necesito. ¡Dime, te escucho!
  • ¿Es un buen momento? ¿Estás sola? ¿Tienes unos minutos para hablar?
  • Sí.
  • ¿Eres creyente?
  • Sí. Católica, poco religiosa, pero creyente.
  • Bien, entonces aceptarás que no terminará ni se irá del todo. Lo primero es eso, aceptarlo en el fondo de tu corazón y de tu razón, de verdad. Él se dirige al final de un tramo del camino de su vida y eso es inevitable. También, que cuando llegue a ese punto, no significará su acabóse porque a la muerte le sigue otro comienzo.

Nada nuevo para mí, en la forma. Escuché tantas veces esas palabras. Pronunciadas por mis padres, por mis tías, mi familia. También por los sacerdotes, en especial en las misas de Pascua de Resurrección y las de difuntos. Aunque nunca terminé de entenderlas, de asumirlas, moldearon mi manera de pensar. Sí, de pensar, no de sentir. Lo comprobé a la muerte de mis seres cercanos, queridos. Me dieron conformidad.

  • Si aceptas esto con sinceridad, comprenderás que la vida y la muerte configuran un círculo interminable para casi todos los seres, menos unos pocos, esos seres de luz que ya no mueren, solamente viven. Ahora, dentro de algún tiempo, él pasará a un nuevo ciclo en ese giro, no se extinguirá, nunca. Esto lo tienes que aceptar, en principio. ¿Puedes hacerlo?
  • Sí – apretando fuertemente el celular, con los ojos cerrados y la respiración agitada, preguntándome si estaba convencida o intentaba convencerme para no morir también yo.
  • Por alguna razón que ahora no sabes, ni sospechas siquiera, que en el momento justo descubrirás y entenderás pues nada carece de sentido, te ha tocado a ti la tarea de acompañarle en este trance. ¿Comprendes que llegaste hasta aquí para hacerlo? Es eso, una tarea que tienes que cumplir y para eso voy a tratar de ayudarte.

Todos mis sentidos estaban alertas, atendiendo. Sabía lo que iba a suceder a partir de ese día; es más, desde el primer momento cuando llegue a la vida de Liber, supe que se trataba de eso, de acompañarle “hasta el fin”, como él decía, como yo misma se lo dije a mi hija aquella vez. Pero aun sabiéndolo, aun habiéndome preparado mentalmente para ello, la llamada de ese amigo hablando desde lejos valía la luz de un faro en el mar embravecido de esta situación crucial, salvándome de ahogarme en el oleaje descontrolado de aquella circunstancia prevista asomada en nuestra vida juntos desde que nos vimos, dibujando de una forma y color tan extraños y dramáticamente bellos, nuestra intensa historia.

  • Se trata de ayudar a Liber a pasar en paz, con serenidad. Esa es tu misión. No la vas a poder cumplir si tú misma no logras ese estado interno. Él no tendrá dificultades para alcanzarlas, no tiene cuentas pendientes… está muy próximo a la luz …

“Paz”… “serenidad”… ¡Qué fuertes sonaron las palabras para mí! Fuertes y desafiantes siendo como era y sigo siendo: alocada, impulsiva y apasionada. Cada vez más. Reto de proporciones mayores.

  • No será fácil. Sombras espesas provendrán de agresores inesperados, intentando impedir que la luz prevalezca.
  • ¿Agresores? ¿Quiénes? – confundida, dudando ante esas palabras agoreras.
  • No se puede saber, pero se presentarán provocando resentimiento, oscuridad, respuesta negativa. Tendrás que resistir, desde ahora, anticipándote…
  • ¿Cómo lo hago? – completamente perdida.

Describió larga, detallada y solidariamente como divisar la luz y la salida del túnel. Grabé sus palabras, una a una, dibujando un mapa intrincado en conjunto, comenzando a aplicarlas de inmediato como carta de navegación regalada con generosidad. Probé una vez más, con estrategia desconocida y primicial, la pequeñez tridimensional redescubriendo la magia de la transcendencia, parcial y total, develando el misterio de ser “a imagen y semejanza” ininteligible para la razón y diáfano en el corazón, confirmando la fe y la esperanza. Las certezas fueron haciéndose de comienzo.

Así también transité al inicio de la claridad y contuve el embate de las felonías inevitables, previsibles y sorprendentes irrumpidas desde los rincones menos esperados, agitadas por los más bajos sentimientos, los rencores y las falsas conciencias de propiedad, no sobre las cosas –miserables, precarias, finitas…- ¡sobre las personas! Me quedó claro, con prueba plena, la tremenda unidad del bien y del mal como identidad humana, contrarios en una lucha constante aun cuando admita treguas frecuentes, más o menos prolongadas. Entendí que las venganzas por frustraciones y desamores provocados en el pasado se toman a veces contra seres ajenos.

Así mismo pudieron prevalecer finalmente la serenidad y la paz, en ti y en mí, en ese nuestro mundo de amor, pese a todo y a todos. Acepté la muerte anunciada y temida sosteniéndote, compañero mío, hasta que también la aceptaras, en el momento justo del desprendimiento total operador del momento decisivo de la liberación, segura del nuevo comienzo sobreviniente.

Tiempo de desenlace, vertiginoso y tardo. Tus ojos se perdieron en los rostros amados de tus padres dispuestos frente al lecho último mientras te leía una tras otra las páginas del libro depositario de tu vida, escrito atropelladamente noche tras noche para adelantarse a la despedida. Revisita al pasado, retornando tantos nombres y rostros, provocando las mismas vivencias afectivas.

  • No me consultes, escribe para ti, sin preguntarte si agradará o no a los otros – me dijiste con esa portentosa voz que venció las secuelas de la traqueotomía cuando comencé a leerlo para ti– la única persona a quien tiene que satisfacer eres tú.
  • Es que es sobre ti, sobre tu vida, quiero que sepas lo que dice– respondí sincera, asintiendo entonces tú.

Ese libro igualmente me salvó, impidió mi hundimiento en la desesperación ante la impotencia, poniendo cadencia amorosa a tu tránsito final, y no hace mucho supe del consuelo sanador de la rememoración de la vida de cara a la muerte.

  • ¿Cómo harás para para poder leer estas páginas cuando me haya ido mami? – me advertiste preguntando con voz entrecortada. Tenías razón, aún después de cuatro años todavía no sé cómo hacerlo.
  • Cuando me vaya te estaré esperando – al oído, en medio de la intimidad penumbrosa cómplice de la confesión. Te creí aquella vez. Te creo, ahora, firmemente. ¡Creo!

Tiempo de desenlace, vertiginoso y tardo. Casi tres meses de incertidumbre cierta, de afanoso esfuerzo por tú quedarte y yo retenerte. Fraterna compañía sostenedora la de mis hijos, de las enfermeras, de mis ayudantes. Apoyo de tantos hermanos… Recta final: tres días quietos, mudos… Lo supe sin saberlo, y preparándome, casi fibrilando el corazón y divagando la cabeza, preparé también la ropa con cuidado: el jean menos raído, la camisa de franela a cuadros como si fuera necesario abrigarte para la travesía, la chompa y la chamarra azul. La gorra más nueva y los zapatos andariegos de siempre.

Al entrar la noche pedí a Camilo, hijo mío y hermano tuyo, se apartara de tu lado donde había permanecido todo el día hablándote muy quedo. Le insté a Mary, la fiel enfermera de la noche instalarse en el dormitorio de al lado, dejándonos a solas. Entré en la habitación, acercándome de frente mostrando mi presencia ante tus ojos cristalinos para luego bajar las luces por completo y extenderme al lado tuyo buscando la piel de tu brazo con la mía de las manos…

  • Te amo LIBERtario, siempre te amaré – explotó mi corazón en un beso susurrante.

Y quedé ahí, consciente de mi total invalidez ante lo inevitable y de mi decisión irrevocable de permanecer allí en la única actitud posible, la de amorosa espera. Hasta que te abandonaste y calló tu cuerpo por completo, sin estridencia ni crispación alguna… serena y pacíficamente. Silencio y quietud durante no sé cuánto tiempo en blanco total… hasta que abrí los ojos y encendí la lámpara pequeña cortando la luz aquella negrura reinante de la noche empezando a declinar suavemente. Te contemplé, dejando me invada la plenitud de tu plácido paso más allá visible en tu hermosa estampa final, cierta y segura de tenerte conmigo para siempre.

Hice un paneo del dormitorio. De pronto ese lugar se había tornado frío y ófrico, extraño e inhóspito. Me sentí fuera de lugar, en territorio desconocido. Salí del lecho decidida a dar cumplimiento a tus deseos finales y marcharme de inmediato, convencida de salir sobrando allí. Dejé las luces bajas en los veladores y convoqué a esos seres queridos que nos acompañaron con su afecto y su apoyo. Los que pudieron trajeron presencia activa, lirios blancos y canciones sentidas. Los que no, enviaron su fraterna energía. Envueltos en tu halo luminoso llevamos tu cuerpo al crematorio, recogiendo las cenizas un día después en íntima comitiva, arropada por mi hijo y Alfonso, compañero solidario.

Así fue mi confirmación en la fe, ¿sabes? Te la debo, fuiste el artífice, me ungiste con tu testimonio, me diste la certeza de que nada acaba, los finales son principios y el camino inacabado e inacabable hasta llegar al punto en que alfa es omega. Te marchaste, llevándome… morimos. Di vuelta, trayéndote… renacimos.

Y te encuentro, voy a tu alcance… miras mi cuerpo y mi alma a través de mis ojos, desde los retratos que clausuran esta objetiva soledad, abrazándome hoy mismo en prolongación de aquel comienzo del nosotros, alcanzando en el corazón tus nuevos horizontes, epílogo, prefacio, ambos.

Te guardo, corpórea y empecinadamente apostando a la demostración de la importancia del plazo de esta realidad tangible con aspiración vana a verdad plena, apenas abarcativa de un fragmento de la esencia profunda de cada cual… de todos… de ti y de mí.

Te atesoro, reposado y frío en la bolsita negra aterciopelada atada por un lazo rojo de lana torcida con estas manos mías tejedoras de ansiedades y esperanzas de vez en cuando, junto a mi lecho desierto, constancia muda de la comunión de siempre, para siempre y -quien sabe, lo vengo sospechando hace tiempo-, desde siempre.

Te abrigo, despierto adentro, viviendo en mí, repicando tus palabras y tus pausas en armónicos arpegios adyacentes a tus nuevas expediciones por el mundo en los pasos sigilosos del hombre libre, del artista de todos los tiempos y escenarios, rebasando cualquier mezquina frontera.

Prosigo el camino persiguiendo tu huella. Vuelvo a la antesala donde planté la partida a la que arribé al abandonar la altura para rememorar los viejos despertares en el plano inicial precedente de nuestro maravilloso reencuentro desde el que dimos el más hermoso salto al vacío que nos llevó al escenario perfecto sin tiempo, sin espacio, el del abrazo fraterno provocador de los nuevos despertares en el plano definitivo.

Desplazo sobre el teclado mis dedos a veces cada día, a veces solo de vez en cuando, sorteando desánimos y cansancios, las nadas y los todos, en pos de cumplir la promesa hecha tiernamente poco antes del final, al concluir la lectura de esas memorias escritas En LIBERtad para ti.

  • Pero… tú no estás aquí, casi – reclamaste.
  • Esta es tu historia querido, una larga historia de casi un siglo. Yo apenas acabo de llegar a ella. Ocupo en estas páginas el lugar que corresponde – respondí.
  • Entonces, tienes que escribir la historia de nuestra historia…
  • Lo haré, lo haré.
  • ¿Me lo prometes?
  • Sí.

Y aquí está.

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