Gisela Derpic | LIBERANDO VI
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LIBERANDO VI

SIN TIEMPO…

SIN ESPACIO…

Sin tiempo y sin espacio. Somos sin tiempo y sin espacio, cerrando los ojos al entregarnos al sueño en las auroras y abriéndolos al despertar en los atardeceres o a la inversa o igual… hasta la disolución de las claridades y las penumbras, difuminándose el calendario en las espirales ardientes de los sentimientos que al hundirse en la esencia profunda se elevan sobre el misérrimo plano tridimensional en que solemos habitar, hasta proyectarse en las infinidades ni siquiera adivinadas por la imaginación abatida ante la torpe y fría racionalidad reduccionista del universo insondable a las meras cantidades.

Se arremolinan el pasado y el presente, el aquí y el allá, apiñándose al desperdigarse en movimientos aletargados acaecidos a la velocidad de la luz desintegradora de las dimensiones conocidas en rescoldos de estrellas. Sí, se arremolinan en un torbellino inconmensurable de humanidad explosiva devastadora del todo para reconstruirlo sucesivamente, sin pausa ni descanso, en paz y apasionadamente, con aquellas antiguas esquirlas de múltiples y ambiguas formas y medidas, colores y aromas, atesorados en más de nueve y en más de cinco décadas, tan disímiles y tan iguales que al combinarse parecen desaparecer para emerger con nosotros mismos desde las hondonadas inescrutables de la existencia configurando inmenso fractal refulgente en un todo maravillosamente armónico y proporcional oscilante al vaivén de los latidos, arrítmicos y acompasados, fuertes y sosegados, vitales y letales…

Y nosotros, bienaventurados asaltantes de la esperanza en la trascendencia que nos vuelve eternos, expropiamos el amor al reino de las apariencias, confinamiento en las lóbregas mazmorras de los requisitos y las condiciones, y desterramos su clandestinidad cobarde y vencida, aplicando todos los sentidos en plenitud perceptual maravillada de la dulzura del definitivo encuentro que nos pareció haber tardado tanto y que, en otra paradoja, desnuda y demuda tu espíritu y el mío, antojándosenos probadamente iniciado, real y efectivo, ya cuando exhalamos nuestros primeros y nuestros últimos suspiros…

  • Sabes que voy a irme pronto, ¿no? – tus manos aprietan con fiereza las mías mientras la distancia entre nuestros rostros se acorta y me miras fijamente, disolviendo con tus ojos la barrera de mi cuerpo y del tuyo también, haciendo uno los dos.
  • Sí, lo sé – con la voz resquebrajada, aguando las palabras con el dolor desperdigado en la lluvia asomada de improviso a mis ojos, sintiendo mi pecho estrujarse, deshaciéndose, ¡deshaciéndome!, ante la reiterada presentación tuya de lo inevitable.
  • ¿Estarás conmigo hasta el final?
  • ¡Sí! –invadiendo los recónditos albergues de tu íntima esencia al envolverte con mis brazos y con la intensidad de mis miradas para arroparme yo en tu cuerpo sintiendo físicamente la entrega de mi alma en tus manos.

         Estrategia aplicada amorosamente día a día en procura de cubrirme y prepararme para no dejarme sucumbir de dolor llegado el momento, y…¡acércate!, te lo diré al oído, bajito, sospecho también en procura de que no me marchara, de que no se me ocurriera hacerlo y hacerlo en ejercicio de mi libertad, porque en tal caso el libertario nada haría sino aceptar la condena de la soledad y refugiarse en el trabajo para no sentir el filoso abandono enterrándose en su corazón.

¡Como si pudiera abandonarte! ¡Como si quisiera abandonarte! Si desde que te vi sólo sentí mi deseo, mi decisión irrevocable de colarme a tu lado porque allí es mi lugar, el furtivo momento/lugar de mi plétora añorada y perseguida por instinto, siempre, al comienzo y al final, entonces y ahora.

  • Hijita, me voy a Cochabamba – le había dicho a Ana faltando pocas horas para el viaje.

La expresión de su rostro mostró un cambio ligero no imperceptible para mí, y sus mejillas se sonrojaron tenuemente. Siempre he sentido una profunda admiración por su entrega materna y su buen juicio de adulta muy bien plantada sobre la tierra para desde allí alcanzar, con calma y cuidado, sus sueños. Hija querida, primera y única, fina y delicada por fuera y por dentro, lúcida y mesurada, abnegada y laboriosa.

  • ¡¿Te vas a vivir a Cochabamba?!
  • Sí.
  • ¿Con ese señor que acabas de conocer?… ¿Liber?
  • Sí.

Cayó el silencio, profundo y pesado, por unos instantes. Quedamos una frente a la otra, sosteniéndonos la mirada, en aquella cocina donde Ana se esforzaba, donde se esfuerza cada día, por dejar sus cosas en limpio. Allí mismo donde también yo estaba dejando en limpio las mías. Supe lo que estaba pensando, sintiendo…supo que lo estaba sabiendo, sintiendo, y postergamos tácitamente en pacto cómplice entre mujeres para algún otro día la conversación esclarecedora al respecto.

  • Si has decidido esto, considerando que es un hombre muy mayor y tan bueno como dices, será una decisión irrevocable ¿no?, porque si un día te cansas y lo dejas, para él sería un golpe muy duro…

Me tomó por sorpresa esa recomendación. Me pareció un subterfugio, en modo salida de emergencia como las escaleras de escape para un caso de incendio, para no decir aquello que en verdad le preocupaba, tan parecido a las llamaradas de las que prefirió huir. Es cierto, entre mis muchos defectos estaba la impaciencia, pero no reconozco haber sido ni ser inconsecuente, y entre mis cualidades en cambio reconozco sin modestia una innegable capacidad de adaptación al cambio, a lo nuevo y desconocido–o quien sabe, una tendencia extraña a la ruptura permanente con lo habitual, ¡a saltar! –  y la predisposición para dar respuesta a los desafíos; esos que suelen interceptarnos sorprendiendo nuestros planes y aquellos que nosotros mismos nos lanzamos, en especial cuando saltamos al vacío y tiramos abajo viejos esquemas y viejas estructuras.

  • Es irrevocable hija, me voy a quedar con él hasta el final, hasta su muerte – con la voz entrecortada por la emoción provocada en mí misma por estas palabras alusivas sin ambages a la maravillosa y terrible unidad yacente en la opción mía ya tomada, apertura de una puerta ante mi rostro cuya existencia no sabía antes, puerta que me mostraba a lo lejos una nebulosa clamando por mí a gritos desde una quietud tan silenciosa, irresistiblemente, cercana a un final ineludible.

No fue Ana una voz solitaria al respecto.

  • Piensa bien lo que vas a hacer, es un anciano y a esa edad las personas tienen unos hábitos consolidados que no cambian por nada en el mundo. Quién sabe si puedas acostumbrarte. Además, vas a tener que hacer también de enfermera y hasta de empleada. ¿Podrás? – me dijo con manifiesta sinceridad Lucy, amiga del alma de la que estaba despidiéndome.
  • Sí, estoy consciente de la situación. Sin embargo, tomé la decisión a pesar de todo. Sé que no será sencillo, nunca he estado en la posición de atender a una persona bajo esas circunstancias. Mi padre murió de un paro cardíaco apenas a sus 57 años, sin haber estado un solo día en un hospital; mi tía Anita, su hermana que era parte de nuestro núcleo familiar, tuvo un derrame cerebral producto de la hipertensión arterial a sus 67 y fue internada de inmediato, falleciendo en terapia intensiva a los tres días del evento; finalmente, mi madre, aunque vivió los últimos 14 años con severas dificultades para caminar debido a una mala práctica quirúrgica, nunca fue una inválida y murió porque un día cayó y también tuvo derrame cerebral. Estuvo en el hospital tres meses y allí falleció, de 84 años. Aunque ese tiempo su estado demandó mi atención, no estuve a cargo de ella. Será una experiencia primicial y estoy dispuesta, aunque reconozco que me da un poco de temor porque no sé si estaré a la altura del reto ya lanzado. Sin embargo, siento que es una lección pendiente de aprender, sin vuelta alguna.

Estuve equivocada. No era una lección: era todo un curso sobre la esencia de la vida y de la muerte como una sola realidad, en misteriosa unidad circular. Un curso mágico como pocos, el único tan mágico, y a todos se nos pone al alcance de la mano alguna vez. Si no estamos demasiado ocupados tratando de aprobar los otros cursos, esos para asegurar la fama, la fortuna y/o el poder, podremos escuchar adentro, muy adentro, la convocatoria amorosa de viva voz a inscribirnos gratis en él. Un curso que confirma quién eres y te transfigura en quien igual pero distinto, eres; porque en este proyecto eres el maestro y el alumno, enseñas y aprendes, si quieres… Un curso de gestión y resultados compartidos, de tácticas y estrategias simultáneas, de los que depende luego la calidad existencial de cada quien y cada cual.

Así pues, nos lanzamos a la aventura de escudriñar nuestros profundos contenidos, veinticuatro horas por día, multiplicando las semanas, los meses y los años hasta perder la noción de ellos, haciendo activo incluso el momento de los sueños y soñando al estar activos, recogiendo las tareas en espera, decidiendo encarar otras nuevas.

Sin salir de aquel departamento, lo hicimos en todas partes, recorriendo desde Argentina y Bolivia hasta Marruecos y Uzbekistán, paseando casi por toda América, hasta llegar a Italia y Croacia. Nos detuvimos especialmente en Tupiza y Potosí, en Tucumán, Tarija y La Paz, para luego quedarnos en Cochabamba. A lo largo de nuestros periplos hicimos presentes a los seres queridos coprotagonistas de esta historia.

Lo hicimos sin dejar tú los fraternos trabajos que te mantuvieron conectado con tus hermanos de toda la vida: la atención a la proficua relación epistolar y a las visitas de quienes podían presencialmente llegar. Lo hicimos sin dejar yo de encargarme de las tareas domésticas que, al ocuparme las manos en la cocina, la limpieza y los tejidos, no impidieron el vuelo de mis pensamientos en dinámica incorporación de mis nuevas experiencias al bagaje interno de mi ser. Lo hicimos sin dejar de informarnos con la lectura de libros y periódicos y los noticieros y programas algo potables de la televisión, motivos para convertirme en una ágil amplificadora de las palabras que escapaban de tus oídos. Lo hicimos sin dejar de disfrutar cada tarde de películas y series. Lo hicimos sin dejar de leer cada noche las páginas de los libros de nuestra preferencia, uno a uno, en voz alta. Lo hicimos sin dejar de encontrarnos, profunda y primicialmente. Lo hicimos para vivir y morir serena y luminosamente, tú, yo, nosotros.

Así recuperamos los 67 años del Conjunto Teatral Nuevos Horizontes y los 33 de la asesoría cultural de la FSTMB sumergidos en las páginas dormidas de cientos de documentos catalogados en los casi quinientos folders, tu amoroso regalo.

Así desatamos con nuestros dedos entrelazados los hilos de aquellos tejidos de recorrido por los vericuetos de la existencia, presentándonos a nuestros padres, hermanos, hijos y amigos, tejiendo nuestras historias, En LIBERtad y LIBERando, entonces y ahora.

Así fuimos un par de chiquilines echando abajo las barreras que separan la fantasía de la realidad en el más auténtico de los quehaceres: el juego; un par de adolescentes curiosos en pleno desarrollo asombrados de las revelaciones procuradas desde adentro; unos jóvenes atrapados en la calesita del romance en interminable espiral, vehículo de transporte a donde quisimos ir; y fuimos finalmente esos mismos chiquilines y adolescentes y jóvenes asumiendo sensata y maduramente la tarea de todo ser humano pleno: darle cara a la vida hasta en la muerte revelada ante nuestra perpleja mirada como la maravillosa experiencia que envuelve en un abrazo indisoluble lo que ahora sabemos es, por siempre, apertura, cierre, apertura…

Así nos acompañamos en el tránsito hacia ese final y ese inicio, tu final y tu inicio, mi final y mi inicio, tierna, conmovedora ilustración del renacimiento experimentado juntos, recorriendo un tramo del laberinto vital ensortijado  en los parajes oscuros y desérticos derivados del dolor hijo de la ceguera mía ante lo evidente que acabó cuando yo misma produje el milagro y abrí los ojos para deslumbrarme al descubrir la belleza de los rincones abarcados en nuestra caminata juntos hasta el punto del nuevo comienzo de todo, para ti y para mí. Es un asunto de fe, simplemente eso.

Infinito intangible al llegar yo hasta tu puerta para quedarme, cuando al abrirla hicimos una apuesta en nosotros mismos, juntos, con los corazones también abiertos de par en par.

Infinito intangible ahora mismo cuando al abrir los ojos y al cerrarlos, en la luz y en la oscuridad, escribiendo estas memorias del presente y del futuro revivo tu profecía, ¡tu promesa! apenas susurrada en mi oído mientras nos abrazamos en penumbras:

  • Cuando me vaya, estaré esperándote – como un beso premonitorio.

Es cierto, lo siento, lo sé… aun cuando de todas las maneras posibles,  ya estuvimos, ya estamos desleídos en cualquier rincón del mundo y en el mundo entero extendidos como el firmamento contraído en una sola estrella que alumbra y entonces deja ver la ruta restante a transitar… encontrándonos, descubriéndonos, en la actividad, tuya y mía, nuestra… en la comunicación que fluye a través de nuestros cuerpos,  de nuestras almas… en las miradas frontales que nos disuelven para fusionarnos y en las que se adivinan, se sienten a lo lejos… en los roces, casuales y provocados y en las caricias, regaladas y robadas… en las palabras, pensadas y pronunciadas con todas las intensidades de voz… en los movimientos y ademanes ejecutados sin pensar, tan sólo sintiendo… brillando sobre las sombras de cualquier agotamiento el deseo, las ansias, felizmente irresistibles, de hacer y rehacer el milagro de estar, de ser juntos, y con nosotros, en los demás, como antes y como siempre, en todas partes… sin tiempo, sin espacio.

Sí, sin tiempo, sin espacio, somos sin tiempo, sin espacio, seguros de la luz emanada desde la ternura de la gente pobladora en todas partes, yacente en nuestros corazones; seguros de la luz que dejamos tiernamente allá donde estuvimos y nos llevamos aún después de partir, en las historias contadas por tus labios y los míos… en la que ahora cuento, que esperaba ser contada hace algún tiempo: nuestra historia, la del abrazo fraterno.

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