15 Jul LIBERANDO IV
REENCUENTRO
Yo, en calidad de acompañante del “chico de teatro” decidido a conocer al legendario anarcosindicalista[1], tiemblo al recordar como temblaba esa tarde cuando se hizo noche tan pronto, cuando tuvimos nuestro primer y definitivo encuentro, sintiendo esa energía incontenible subiendo y bajando por mi cuerpo, inundándolo al conectarlo con el tuyo y el de mi hijo hasta convertirnos los tres en un todo desintegrado en millones de chispas amorosas y emotivas de todos los colores conocidos y otros descubiertos por nosotros entonces, como una aurora boreal o austral donde se perdió el sentido del tiempo y del espacio para flotar juntos…
Lo sabes tú y lo sé yo: ese encuentro primero fue definitivo porque auspició una inesperada erupción afectiva eterna desde su inicio –no sé cuándo fue- y envolvió, derritiéndola para siempre, la fría racionalidad de la que me vanagloriaba al creerla mi mayor fortaleza porque contrapesaba en el momento justo con mi temperamento explosivo, sanguíneo. El impacto arrollador de tu serena presencia fue tal que ahora mismo hasta me falta el aire por la intensidad de los sentimientos que me embargan y desembocan en las lágrimas derramadas sobre estas líneas al retornar a aquellos momentos mágicos vividos en las casi seis horas de la visita.
“Maravilloso, maravilloso, maravilloso…” repetí conmovida mientras dibujabas en miles de armónicas figuras los cuadros del universo teatral con tus suaves y cadenciosas palabras. El rostro de mi hijo se transfiguraba con asombro dichoso y dramático desbordado en llanto incontenible, evidenciando aquello de “sólo se comunica lo que es común”. Sí, común entre tú y él. Y para mi sorpresa, entre ustedes y yo.
Yo, que de arte y de teatro sabía tan poco; yo, la pequeña burguesa frustrada por no haber salvado al pueblo de la injusticia y la opresión; yo, la autosuficiente profesora universitaria muchas veces convencida de haber descubierto la pólvora nuevamente; yo, la implacable buscadora de la perfección convirtiendo en estratégicos los objetivos tácticos para apurar los procesos de mejoramiento de la calidad trastocada en casi una profesión de fe; yo, la militante de la Juventud de Estudiantes Católicos que miró con algo parecido a la compasión o menos a quienes no sabían ni entendían la teología de la liberación; en fin, esas “yo”, tuvo la oportunidad de vivir aquellas horas una experiencia de impresión mayor al compartir con alguien como tú, en la práctica real y efectiva, tan distinto y tan testimonial de los valores y los sueños perseguidos locamente toda mi vida.
Tomando Camilo los materiales que le regalaste, dejando yo un ejemplar de uno de los libros que escribí, nada menos que acerca de mi trabajo como prefecta departamental, salimos. Casi seis horas después, mudos y temblorosos. Las palabras de mi hijo al romper el prolongado silencio que guardamos hasta entrar en la habitación del hotel, y la fuerza al pronunciarlas, sintetizan el impacto recibido: “Mamá, ¡el Líber es real, es REAL!”. Sí. Muy bien dicho, síntesis de la experiencia. Real, no una aparición fantasmal ni una ilusión. Un ser humano irradiante como nunca antes habíamos conocido, pero de carne y hueso.
Al día siguiente, después de confirmar el retorno de Camilo a La Paz y el mío a Tarija, como habíamos acordado, te llamé. Le habías regalado muchos materiales a mi hijo; le habías prestado otros y él se comprometió a devolverlos “mañana”, quedando por definir contigo la hora de la nueva visita.
- ¡Hola!
- Hola, habla Gisela.
- ¡Sí! – con voz cálida.
- ¿A qué hora podemos ir a verte esta tarde?
- Más temprano que ayer, puede ser a las tres…
- No, a las tres no, tenemos un asunto para atender a esa hora. Podría ser a las cuatro o cuatro y media…
- Ni modo, a las cuatro y media entonces.
- De acuerdo, hasta esta…
- ¡Espera, espera, no cortes aún! Anoche, antes de irme a dormir, como todas las noches, ¿sabes que hice?
- Nnnooo – sorprendida y atenta.
- Puse en un jarrón todas las flores del día, ¿sabes cuál fue la más hermosa?
- Nnno, no lo sé – parando en seco para virar ciento ochenta grados y quedar de espaldas a mi hijo porque el calor en mis mejillas denunciaba al rubor inesperado, inocultable y no quería verme pillada en falta, como si hubiera cometido alguna.
- El abrazo que nos dimos cuando Camilito nos tomó la foto.
- ¡Ay qué amable! – descolocada, virando otros ciento ochenta grados para evadir el rostro pícaramente sonriente de Camilo, esforzándose para mirarme.
- No es amabilidad, es sinceridad. Y otra cosa: estuve leyendo un poco el libro tuyo que dejaste ayer. ¡Qué trabajo más sacrificado, qué servicio!
- Otra vez, gracias – manoteando y pataleando por dentro tratando con afán de encontrar un asa sólida para ayudarme a no girar en aquel carrusel interno acelerado más y más, sin alcanzarla.
- Ya comentaremos en persona. Dime, ¿hasta cuándo te quedas?
- Hasta pasado mañana a medio día. Parto a la una y Camilo a la una y veinte.
- ¡Oh no! Yo entendí que se quedaban hasta el lunes y me había hecho la ilusión de almorzar el domingo, de pasar la tarde juntos…
- Nnno… no me es posible, acabo de confirmar los boletos de vuelta – suavemente, sintiendo una tristeza enorme y una gran tranquilidad fusionadas curiosamente. – Me espera una consultoría pendiente en Tarija…
- ¡Qué consultoría esa! Bueno, en otra ocasión será…
- Sí, lo siento.
- Yo lo siento – sin dudar, con firmeza y un dejo claro de pesar.
- Entonces, hasta esta tarde.
- Hasta esta tarde.
Dudé para volver a verte. Me invadía una ansiedad inextricable manifestada en el plano físico: la frecuencia de los latidos del corazón se fue haciendo más rauda, se me hacía urgente aspirar el aire con mayor profundidad y no me era posible estar quieta. Experimentaba una extraña sensación de haber encontrado una disyuntiva inesperada aparente; sin conflicto, entrañaba en sí misma una elección y sin embargo inauguraba una contradicción entre quedarme o emprender marcha.
Confundida hasta el mareo – real – llegué a sugerir balbuceante a mi hijo fuese él solo a devolver aquellos materiales prestados.
- No pues mamita, sería una falta de cortesía con este hombre genial, con este monstruo… ¡ja ja ja ja! Él estuvo tan feliz con nuestra visita.
- “Monstruo”… ¡las cosas que dices! Pero tienes razón – reponiéndome de la debilidad mostrada – no sería adecuado dejar de ir, ya comprometí estar contigo allí.
- ¿Por qué no quieres ir?
- No lo sé. Siento algo de temor, no sé a qué ni por qué.
- No lo tengas mamá, todo estará bien – con un dejo tranquilizador de adulto temprano transparente de un cierto grado de cómplice expectativa de… no sé qué.
Sí, no necesitaba escuchar esas palabras, estaba segura de que así sería, todo estaría bien. ¿Por qué no? Sin embargo, también ganaba espacio interno en mí la certidumbre de no tener dominio sobre la situación, de estar quedando a merced de otro ser humano cuya luminosidad me había llevado a cerrar los ojos y descubrir en mí misma una lluvia de destellos en una hoguera multicolor… todo tan precipitadamente, como si me estuviera atrapando con y en el corazón, y me ponía nerviosa, inquieta. Estaba intuyendo el brusco y definitivo viraje a punto de dar en seco, el cambio radical de mi vida, sin llegar a comprender que finalmente iba a encontrar aquello que, ahora lo sé, buscaba desde siempre.
La espera para volver a verte se hizo larga y pesada, inaguantable, cual si se tratara de una relación muy larga. Cuando finalmente llegamos, saliste a recibirnos a paso rápido, erguido y sonriente.
- Ustedes son dos pedacitos de pan fresco tostados en el horno de mi corazón. ¡Ah! ¡Vallejo, César Vallejo! – recitaste mirándonos a los ojos alternativamente mientras abrías el candado.
- Hola Liber, ¿cómo estás? – dije saludándote con un beso en la mejilla.
- Bien, ahora que te veo – respondiste en un susurro apresurado derramado a mi oído al devolverme el beso, arrancándome una sonrisa furtiva y fugaz, imperceptible.
Fueron otra vez casi seis horas de encuentro, de descubrimiento iniciadas al sentamos para tomar el té. Con la confianza que nos inspiraste, me dirigí a la cocina por las tazas mientras te llevabas tú a Camilo a ver unas fotocopias al escritorio. Me encontraba buscando las cucharillas en unos cajones y sin haber escuchado sonido alguno, te sentí: estabas a mi espalda. Sí, habías entrado silenciosamente y aunque nunca tuve el valor para virar y mirarte, de tu presencia emanaba tal fuerza, tal energía, que tuve la certeza de que allí estabas.
Quedé paralizada cerrando apretadamente los ojos, esperando… no sé qué. Ya después me confesaste haber ido hasta allí y quedarte inmóvil, contemplándome tú también con los ojos cerrados, extendiendo los brazos, a punto de envolverme en ellos. Pero paraste, te detuviste considerando sería una falta de respeto hacerlo, y calladamente como habías llegado, te alejaste.
Tardé unos minutos en reponerme creyendo estar un poco fuera de mí porque parecía estar alucinando y fui recién entonces a disponerlo todo para tomar el té en el comedor.
- ¿De qué quieres hablar ahora? Ayer nos dedicamos al teatro, ahora la charla será contigo, de lo que quieras hablar– desde tu panorámica posición en tres cuartos, abarcativa en todas direcciones, con un brazo apoyado en la mesa y en otro, con la mano en el bolsillo, echando hacia atrás la cabeza cubierta por la eterna gorra plana obrera, entrecerrando los ojos para mirarnos desde el corazón.
- Hablemos de política, si quieres – sugerí sin disimular mi interés.
- De política, claro… a propósito, ¡qué servicio público sacrificado, comprometido! Y no solamente tuyo, sino de toda esa gente del grupo de trabajo…
- Pues sí, fuimos un equipo interesante – repasando mentalmente los rostros de Félix, Carmen Rosa, Daly, Limbert, Ruth, José Luis, Lourdes, Julio…, colaboradores y amigos para siempre.
- ¡Lástima tanto trabajo, tanto esfuerzo, para prestigiar al poder, ese que se traga a las personas! –tiraste la estocada en el mismo tono amigable y sereno de tu conversación.
Quedé muda, pasmada. Nunca había visto la cuestión desde esa perspectiva presentada con tanta naturalidad propia de quienes eligen ubicarse horizontalmente frente a los demás, sin jerarquía alguna. Tus palabras tiñeron de un tono diferente aquello realizado en el pasado, no solamente como prefecta, también como autoridad universitaria, directora de una organización no gubernamental, dirigente estudiantil, cívica y de derechos humanos, tomando todo de pronto un cariz distinto, cuestionador. Rápidamente procesé esas pocas y contundentes palabras.
- No lo vi así antes, pero es cierto ¿no? Una buena gestión en algunos casos puede agradar e incluso ilusionar a la gente… ¿vale la pena, sirve de algo? Sin embargo, ni siquiera suele suceder, porque mi experiencia me convenció de que a la gente ni le importa si la gestión es buena o no, lo que le importa es sacar una tajada… – reconstruyendo en parte mi experiencia.
- ¿Qué sentiste cuando dejaste ese cargo? – volviendo la mirada a lo esencial para llevarme a hacerlo a mí también.
- Pues… sentí como si hubiera tirado un peso enorme cargado sobre mis espaldas, libre y tranquila – rememorando por primera vez desde aquella mañana que salí del edificio prefectural después de la conferencia de prensa brindada para resumir los resultados de la gestión concluida abruptamente – así me sentí.
- Eras una intrusa en ese sistema de poder, por eso te sentiste así al irte de allí, esa es la explicación. El poder y la libertad no van juntos, no, ¡no! Tú eres libre. Los que llegan al poder, creen ilusamente que lo toman. En realidad, es el poder quien se apodera de ellos, se los traga. Por eso mienten, roban, aprovechan. Dependiendo del momento, incluso llegan a matar o a morir, mirá a los dictadores y a otros. ¿No ves al tuerto de la Argentina? Prefirió morir antes que renunciar al cargo como se lo recomendaron los médicos.
- Pero… el servicio público no debe ser para aprovecharse, para engañar, para robar – mientras me preguntaba si la cuestión de la ética en la política no salía sobrando en el contexto planteado desde tu perspectiva.
Ya después continuaría cavilando con respecto a este asunto vital para mí y descubriría que era así mismo como lo dijiste. Recién encontré el sentido a lo sucedido conmigo cuando la democracia fue finalmente restituida en el país y el objetivo de la militancia política en las filas de la llamada izquierda nacional pasó a ser, por supuesto, la famosa toma del poder y, en el caso del Movimiento de la Izquierda Revolucionaria en que militaba, lo tomó. ¡Claro! ¿Qué otro objetivo tiene un partido político sino ese: tomar, ejercer y conservar el poder? Quedé fuera de contexto cuando lo hizo, sin saber qué me tocaba hacer. Perdí la ilusión, me decepcioné rápidamente con las actuaciones de la militancia activa, de élite y de base, dejé de sentirme parte de ese colectivo cada vez más ajeno por las tantas caras nuevas aparecidas junto a las nuevas ideologías teóricas y prácticas que hacían de la utilidad el valor supremo de los militantes, y me marché de esa organización porque no era más un sitio propio y conocido para mí, abandonando la militancia partidaria hasta ahora, después de un doloroso proceso que me partió por dentro y me ocasionó la peor crisis depresiva que recuerdo haber tenido.
La explicación que desde entonces me di fue que yo no era una militante para la democracia sino sólo para la resistencia. Hoy tengo una mirada cualitativamente diferente porque tiene otro y grande, mayor, contenido, pues antes me faltaba hacer consciente, desde mi perspectiva, el reconocimiento de esos entusiastas militantes de la resistencia como los no nacidos para enrolarse a las filas de las verticalistas estructuras orgánicas catapultadoras hacia el poder. No, no nacieron para eso porque son amantes de la libertad; su desafío es construir otra calidad de organización, otro tipo de militancia. Fuiste tú quien me lo mostró tan claro en el momento justo, ni antes ni después, porque es cierto que “cuando el alumno está listo el maestro aparece”.
- El poder es malo, en esencia. Por eso la gente libre y solidaria no busca el poder, huye de él y lo combate en todas partes, todo el tiempo. Y dime, ¿cómo así llegaste a ser prefecta de Potosí? ¿De qué partido eres?
- Fui prefecta en un momento especial, de un gobierno igualmente especial, el de Carlos Mesa, quien me nombró precisamente por no ser militante de algún partido – respondí mientras me detenía a pensar en tus palabras sobre el poder. ¡Claro! Tenían sentido, completamente. Me revelaban además que estabas indagando, en el fondo, MI fondo, sin ocultarlo.
- Pero, fuiste militante antes…
- Sí, del MIR, del viejo MIR.
- ¿Cómo te metiste allí?
- Pues, considero a la gente de mi generación decidida a comprometerse políticamente por varias influencias. Una de ella, sin duda, la figura del Ché…
- El Ché… ¿quieres hablar del Ché?
- ¡Claro que quiero! – con entusiasmo.
- Hay que comenzar definiéndolo. El Ché era un argentino.
Me quedé esperando la definición mientras callabas mirando en diagonal. Sí, era argentino, lo sabía, todos lo sabíamos, y se me antojó una muy corta definición de alguien como él, hasta que:
- Argentino… lo que él creía y quería ser estaba muy lejos de lo que era en realidad – aludiendo a que era un “garganta” en la terminología boliviana, un “chanta” en la argentina, dejándome boquiabierta.
Fue la primera vez de las varias que hablaste de este personaje conmigo, a solas y frente a otras personas también, como Fernando Calderón, quien grabó el relato largo y completo del asunto ese. Mencionaste en esta ocasión al Comandante Segundo y su fracasada guerrilla, a Régis Debray, a La Cabaña… en fin, tantos temas vinculados con el Ché presentados desde una perspectiva diferente, demoledora del mito, “deconstructiva” como diría tu gran amiga, hermana, Elizabeth Burgos.
Yo recogía ávida e incrédulamente tus palabras pareciéndome genial que fuera alguien como tú quien las dijera, alguien libre de sospechas ideológicas, políticas y económicas, el asesor cultural de la Federación de Mineros y la Central Obrera Boliviana. Me sentía extrañamente contenta porque en aquello que decías se expresaban viejas ideas que alguna vez me habían asaltado para muy pronto exiliarlas de mi mente porque las consideraba “herejías ideológicas” de grueso calibre, mucho. ¡Ah, la seguridad que da hacerse parte de la caterva!
Mientras hablabas me invadió una desconocida sensación de ensanchamiento interno, como si mi capacidad respiratoria hubiera aumentado de improviso y una cantidad adicional de oxígeno, vital, desconocidamente vital, limpiara mis entrañas de antiguos depósitos pesados provocando me sintiera muy ligera. Era nuestra segunda conversación y también la segunda vez que me provocaba reacciones físicas intensas. ¡Mágico, mágico, mágico!
Como hiciste el día anterior con mi hijo, a lo largo de las nuevas cinco horas de visita, generosamente me regalaste materiales que te parecieron despertarían mi interés. Cuando ya nos pusimos de pie para marcharnos buscaste dos libros y me los entregaste en calidad de préstamo: “Los artesanos libertarios” de Silvia Rivera y Zulema Lehm, y “La lucha contra la impunidad”, en francés, de Louis Joinet, jurisconsulto francés amigo tuyo desde tu exilio en los 80’, hombre comprometido con las causas por los derechos humanos.
- Pero no, ¿cuándo los traeré de vuelta? Mañana no podré, tengo un asunto para atender todo el día y pasado mañana ya me voy.
- Los traerás cuando vuelvas a Cochabamba, algún día – en tono seguro y sentencioso.
- Está bien, así lo haré – dejando que se instale como en su casa esa posibilidad dentro de mi mente… de mi corazón.
Me acerqué a despedirme. Quise abrazarte, pero me esquivaste y tan sólo pude besar tu mejilla, profundamente emocionada, sin poder pronunciar palabra alguna.
Salimos. En silencio, como la noche anterior, uno al lado de la otra, Camilo y yo. Te ibas con nosotros y nos quedábamos contigo, lo sé… lo sabemos.
Ya no dejé de sentirte, de pensarte, de recordarte. Te hice presente cada minuto, estuviera donde estuviera, haciendo todo y haciendo nada. ¿A eso se llama amor a primera vista? Supongo que sí. De no ser eso… no importa, no es lo importante.
En menos de dos días tuve copiadas las fotos tomadas en tu casa contigo y las puse muy visibles en el pequeño estudio alquilado donde vivía por aquel entonces, muy cerca de la plaza principal. En menos de cinco me llamaste.
- Gisel, cariño, ¿cuándo vienes? – fue lo primero que dijiste, pronunciando mi nombre así, para siempre, “gi” a la manera de los franceses y los italianos, y sin la “a”.
- En unas tres semanas, espero.
- ¡Tres semanas! ¡No, es mucho tiempo! ¿No puede ser antes? – con vehemencia.
- Déjame ver lo que puedo hacer al respecto – concedí convencida también de adelantar el nuevo encuentro – tal vez en unos cinco o seis días…
- ¡Qué bueno! – dándolo por hecho.
Inauguramos esa tarde la costumbre de charlar largamente por teléfono todo el tiempo. Me preguntaste qué hacía en esos momentos, si me encontraba bien, qué sabía de mis hijos…Hablé de mi trabajo, de mis impresiones acerca de esta pequeña ciudad del sur, de Ana, René, Carlos, Ricardo y Camilo.
- ¿Te conté que allá tengo unos sobrinos? Son muy buenos chicos, sí, sí, hijos de un primo hermano mío, el Hernán. He pensado hablar con ellos para que me ayuden a conseguir una casa, me gustaría irme a vivir allá, así estaríamos cerca tú y yo – anunciaste sorprendiéndome, mostrando que no te detenías mucho en cavilaciones, por lo menos para decidir de palabra o… para convencer.
Esa misma tarde, al volver a mi casa, compré el boleto de avión de ida y vuelta para cinco días después, con el retorno en cuatro. Lo puse en mi cartera y llamé a René al celular, invitándole a comer algo juntos para conversar.
Nos fuimos a aquel pequeño restaurante de la plazuela donde solía almorzar y hablé sin parar poniéndole al tanto de lo que me estaba pasando. Después de relatar el viaje a Cochabamba y describir con lujo de detalles al personaje conocido allá, le conté la charla telefónica de la tarde y:
- Compré el boleto para ir en de cinco días, pero no sé si vaya a ir.
- ¿Por qué no? – en la misma posición cabizbaja que había mantenido mientras hablaba yo.
- Porque tengo miedo de ir, no sé por qué.
René había escuchado con paciencia, agachado, hasta ese momento, Levantó la cabeza entonces y me miró profundamente a los ojos. Encontré en su mirada, como primicia pero nuevamente, a ese extraordinario ser humano que alumbré cuando apenas tenía veinte años, cargado de sensibilidad extrema y aguda inteligencia, de capacidades múltiples que nos dejó maravillados a todos los que le queremos cuando se reinventó por encima de los avatares de la vida, experimentados en su caso muy temprano. Me envolvió una clara sensación de haber encontrado el refugio buscado, y esperé ansiosamente su reacción a mis detalladas confidencias.
- ¿Qué te dice el corazón mama?
- Que vaya.
- ¿Cuándo vas a aprender que esa voz, la del corazón, es la única que vale la pena oír? Racionalizarlo todo impide escuchar al corazón. ¡Anda y no tengas miedo! ¡Todo va a estar bien!
Esas palabras resonaron en mí, como habían resonado otras, parecidas, hacía unos meses, bajo otras circunstancias. Me encontraba en mi ciudad natal y hacía un tiempo todo me parecía estar mal y peor, tanto que mi estado de ánimo no podía ser distinto y estaba deprimida, creciente y decididamente deprimida. Una prima muy querida a quien le contaba mis tristezas de vez en cuando me había invitado varias veces a participar de ciertas conferencias dictadas por un joven de estos metafísicos visitantes regulares de la ciudad. No me había interesado antes, pero esa tarde, después de repetirle mis penosas confidencias, cuando ella me contó que en pocos minutos después el joven ese estaría comenzando una de sus exposiciones en un local ubicado al lado de mi casa, decidí acompañarle.
Me ubiqué en una esquina desde donde me era fácil mirar al expositor. El salón fue llenándose poco o poco, hasta quedar todas las sillas ocupadas. Comenzó la alocución. Me gustó su preámbulo:
- Nada de lo que aquí se diga es una verdad absoluta que admitir por fuerza, no somos una religión. Si algo les parece bueno, tómenlo; lo demás no.
Abordó varios tópicos. Según recuerdo, habló acerca del sentido de la vida como un aprendizaje hacia la perfección; de la chispa divina abrigada, muchas veces oculta e ignorada, en nuestro interior, cualidad de nuestra imagen y semejanza de Dios; de nuestra potencialidad para transformar la realidad; en fin, muchos asuntos, de variable interés y credibilidad para mí. Casi al concluir se refirió a que nuestro destino es la felicidad:
- Si allá donde te encuentras te sientes infeliz, descontento, con ganas de marcharte, ¿qué otra señal esperas para hacerlo? ¡Sal de ahí ahora, no es ese tu lugar! Los mensajes llegan al corazón, atendámoslos.
Yo sentí que esas palabras estaban dirigidas a mí. Lo sentí entonces y lo aseguro ahora. Fue el impulso para decidir salir de allí, de la ciudad donde nací y donde viví gran parte de mi vida. Y me dejé llevar por él. En menos de un año dejé todo y me marché, sin vuelta. Lo hice sin tener claro mi destino, teniendo presente tan sólo que quería irme, era todo. Ahora sé que escuché al corazón para escucharlo otra vez, definitiva, ineludible.
Esta vez también me dejé llevar por el impulso provocado en mí por René y me decidí a viajar para volver a verte. Te llamé.
- El miércoles próximo estaré allá. Mi vuelo será a mediodía y a las dos y media de la tarde estaré en tu casa.
¡Qué ansiedad esperando el momento de viajar! Marela, una hermana de corazón, muy solidaria, estrechamente unida a mí desde hace varios años, me iba a alojar en su casa esos días. Ni le di ni ella preguntó el motivo de mi viaje.
Día antes la fuerza de los latidos de mi corazón y el ritmo de mi respiración se aceleraron mucho, como aquella vez primera cuando hablamos por teléfono, sólo que con mayor intensidad. No me fue posible dormir y a lo largo del vuelo temí desmayarme. Estaba alterada por completo, como si estuviera yendo a un evento sin igual donde iba a jugarme el futuro, la vida. Era así y lo sabía, de cualquier manera. Aterrizamos a la hora prevista y te llamé confirmando la hora de mi visita: dos y media de la tarde.
Dos y veintinueve minutos llegué a la reja del edificio llevando en las manos los dos libros para devolverlos. Estaba abierta, sin candado. Entré y me dirigí hacia las gradas, subiendo por ellas lentamente para doblar a la izquierda, quedando ante la puerta del departamento en que vivías. Miré el reloj, esperé a la hora en punto para tocar el timbre. Ese mismo instante la puerta se abrió y quedamos frente a frente. ¡Estabas esperando detrás! Crucé el umbral y nos fundimos de una vez y para siempre en un abrazo interminable en el que resonaron millones de declaraciones de amor sin hablar, en medio de un profundo y resonante silencio hecho solemne… simplemente maravilloso.
Cuatro días intensos cuando el sistema solar, la vía láctea y el universo, el infinito donde se encuentran, se endulzaron por entero en esa comunión existencial plena que, lo sabía yo y tú también lo sabías, era apenas la obertura de la mayor armoniosa composición musical, obra nuestra, que íbamos a crear juntos para acompañarnos el resto de la vida, en cualquier forma y dimensión. Tiempo de soñar despierta y vivir durmiendo, de rescatarme al emerger aquello hundido en el sub e inconsciente algún día sin memoria; de reconfigurarme, confirmándome, en ti, contigo.
Llegó el momento de la despedida. De pie, abrazados en el mismo lugar de nuestro reencuentro, con nuestras cabezas sumergidas una en la otra, me dijiste:
- “Veo el reloj, los punteros se mueven, marcan los segundos, los segundos los minutos, los minutos las horas… y podemos seguir, entonces, este, desespera porque ves que el tiempo se va y piensas en todo lo que quieres hacer… ¡Tengo tantos proyectos todavía! Sacar números de la revistita… escribir mis memorias… Pero así, solo como estoy, me disperso… necesito que…”
Levanté la cabeza llevándola un poco hacia atrás y puse suavemente las puntas de mis dedos sobre tus labios:
- A ver, calla un momentito. Si tú quieres, yo me vengo venir a vivir contigo – salieron las palabras emotivas en el inevitable tono definitorio de mis alocuciones, desde el oculto y seguro rincón de mi corazón, sin pedir permiso a nadie, ni siquiera a mí, mientras mis ojos se perdían en las honduras de tu ser por las ventanas de tu mirada atenta desde hacía casi cien años.
- Bueno– con algo de titubeo revelador de un cierto grado de duda combinado con el asombro indisimulado, sellando amorosa y cálidamente el trato sonriendo.
- En una semana estaré de vuelta – dándote un último beso con los ojos muy abiertos para cerciorarme de que era a ti a quien besaba, y que sí, estabas allí conmigo.
Salí y me marché a recoger el equipaje para tomar el avión. El amor opera provocando efectos de alucinación mayor cual un poderoso estimulante. Caminaba hundiendo mis piernas dentro de las nubes de los recuerdos selladas en mí por los sucesos recientes, con movimientos adormecidos a lo largo de un tiempo en casi la quietud de un sortilegio inexplicable, disfrutando del repaso repetido de esos insólitos cuatro días en búsqueda de la confirmación total de haberlos vivido y no haberlos inventado en los velados cobijos de una mente atolondrada alentada por un corazón desesperado de sentir.
Los sonidos del entorno rebotaban sobre mí y retornaban luego hasta mis oídos como armoniosos acordes de melodías nunca escuchadas, parecidas a un concierto de los originales y preciosos instrumentos de la naturaleza. Me asombraba al contemplar las figuras de los transeúntes diluyéndose en las huellas de colores de los vehículos circundantes conformantes ellos de una mágica panorámica con las flores y los árboles hasta no ser posible distinguir alcances y límites de unas y de otros, maravillándome.
Me sentía yo misma y otra distinta, alumbrada al mundo primicialmente y elevada a otros planos alternativos, mareada por las fuertes impresiones ocasionadas en aquel descubrir el mundo nuestro y descubrirme yo en él, contigo. Planeaba mi salida de Tarija, mi inmediato retorno a Cochabamba. No me resistía al asombro por lo acontecido, dejando me embargara por entero, gozando, una sensación de vacío in crescendo adueñándose de la situación y de mí dentro de ella. Otra vez estaba dando un salto al vacío, el más largo y fascinante de todos los que he dado.
[1]“En LIBERtad, Charlas con aquel que está aquí” es el título del libro que recoge sus memorias.
Camilo Zilvety Derpic
Posted at 00:17h, 16 julio¡Que texto más hermoso!