Gisela Derpic | LAS COSAS POR SU NOMBRE
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LAS COSAS POR SU NOMBRE

Según el diccionario, “opinión” es un juicio, valoración o concepto acerca de algo o de alguien. Es propio de una persona, resultado de su manera de pensar, según la información de que dispone, de su perspectiva de vida, sus creencias y preferencias; es una cuestión de libre opción, de gustos puede decirse. Acordemos entonces que en materia de opiniones hay tantas posibilidades como personas en el mundo. La formación y expresión de las opiniones se integra a los derechos humanos como manifestación de la libertad, vinculada con la de pensamiento y de expresión.  “Soy libre de tener y decir mis opiniones”. Todas tienen protección jurídica, limitadas sólo por la consideración del honor de los demás, denominado también buena reputación.

Con tal premisa, opino aquí: el ají de lisa es un manjar y la tunta horrible; el fútbol detestable y el patinaje maravilloso; Biden un presidente anodino igual que Arce; el puente 4 de julio de Tarija un despropósito y el metro de Madrid genial; la Internet una bendición y los informativos televisivos un atentado contra la inteligencia.

En cambio, “dato” es una información sobre algo concreto que permite su conocimiento exacto; tiene sustento y no puede ser rebatido con opiniones, pues a diferencia de éstas, se obtiene mediante la investigación, aplicando los métodos y las técnicas de la ciencia. Consecuentemente y a diferencia de las opiniones que pueden ser motivo de contradicciones, réplicas y dúplicas, los datos solamente se rebaten con otros datos, obtenidos de la misma forma. Esa es la ruta interminable del conocimiento científico, verdadero en sentido relativo y condicional, mientras no se demuestre otro diferente y/u opuesto. Si los datos agradan o no, es irrelevante; así es la cosa y punto, como la preferencia electoral establecida por una encuesta, favorecedora de una candidatura distinta a la nuestra o el número que se marca en la báscula cuando nos subimos a ella.

Estas precisiones tienen singular importancia en este tiempo de relativismo exacerbado, generalizado y a plazo indefinido, causa/consecuencia de la descomunal y furiosa guerra contra la modernidad, dentro de la cual el desprecio por la razón se ha extendido al buen sentido, a la sensatez y a la ciencia.  Es en ese contexto de “todo vale” que las opiniones se han convertido en sinónimos de los datos, “tas con tas”, siendo cada vez más difícil esclarecer la diferencia, incluso en algunos ámbitos académicos donde suelen presentarse con frecuencia no sólo reclamos de algunos estudiantes reprobados alegando en su favor la validez de sus opiniones en reemplazo de los conceptos clave no sujetos a discusión que tendrían que dominar como parte de sus resultados de aprendizaje, sino conferencistas que lanzan sus atrevidas e insustentadas opiniones ante auditorios casi siempre conformados por sujetos obligados a sentarse allí para “hacer bulto” que felizmente escuchan las palabras como lluvia cayendo sobre un techo.

Lo preocupante es que meras opiniones vayan tomando gran fuerza, hasta convertirse en corrientes dominantes derivadas en verdaderas ideologías (aunque quienes las profesan prefieran llamarlas “narrativas”), esas “lógicas de ideas” en palabras de Hannah Arendt, con un potencial de sustitución de la realidad por la ficción, lo cual requiere una dosis importante de fanatismo. Esa fuerza de las opiniones convertidas en ideologías es, por un lado, producto de su identidad con los gustos de sectores sociales con capacidad de movilización.  Proviene del populismo en su sentido más propio, “decirle a la gente lo que quiere escuchar, prometerle lo que quiere lograr” como condición para ganarse su adhesión.  Por otro, esa fuerza proviene del adoctrinamiento, “proceso y resultado de adoctrinar: transmitir a alguien una doctrina para que la haga suya”. En otras palabras, de pensar por las otras personas, quitándoles su libertad y su derecho para hacerlo por cuenta propia. Proviene del totalitarismo en cualquiera de sus formas, encaminado a la formación del hombre-masa, incondicional y fanático, irracional y amoral, capaz de cualquier cosa por la causa.

Opiniones sin sustento son: hay razas superiores, las prohibiciones solucionan los problemas, los indígenas son la reserva moral del país, las mujeres no mienten, hay democracias de partido único, los derechos humanos son expresión del colonialismo, los delincuentes no tienen derechos, la industrialización es el camino, la solución está en las leyes, las culturas originarias son el modelo perfecto…

Que la presencia de la tecnología de la información en nuestra vida nos acerque al conocimiento que tenemos a nuestro alcance y aportemos a nuestra calidad humana, ganando día a día la guerra contra la ignorancia identificada por Fernando Savater en una conferencia hace diez años, como uno de los enemigos de la democracia, que es, en voz de Winston Churchill, “el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado”.

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