Gisela Derpic | La misma puerta
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La misma puerta

Llegó tarde, dejó el abrigo y la cartera en el perchero de la entrada, ritualmente. Subió las escaleras y entró al dormitorio, como siempre. Penumbras, la figura desmadejada sobre el lecho ante la pantalla encendida parpadeante gritando ser vista,  igual que todas las noches.

  • Hola – camino al sanitario.
  • Hola – mirando nada.
  • ¿No vas a preguntarme cómo me ha ido? – extrañada.
  • No – cortante.
  • ¿Por qué? – asombrada.
  • Porque no me interesa – segundos después.
  • ¿Por qué? – anonadada.
  • Porque hace tiempo que no te quiero, que tu presencia me asfixia – volcando su cabeza para entonces mirarla de frente.
  • ¿Hay otra persona? – pregunta de rigor.
  • Sí – respuesta no deseada.
  • ¿Hasta dónde llegaron? – obvio.
  • Hasta ninguna parte, sólo la miro. Basta para sentirme vivo – demoledor.
  • ¿Por qué me ofendes, si te lo he dado todo? – libreto conocido.
  • No quiero ofenderte, quiero irme de aquí – incorporándose de golpe, después de cuarto siglo de inercia física y emocional – es más, me voy ahora mismo.
  • ¿Ah sí? ¡Pues no te vas a llevar nada de aquí! – pasando de la incredulidad a la indignación indigna, bajando de prisa la escalera tratando de alcanzarle.
  • No te preocupes, seguro que nada – sí, seguro, pasmosamente seguro.

Abrió la puerta para lanzarse afuera. No resintió la torrencial lluvia que caía inclemente, purificando,  no se contrajo su cuerpo recibiendo el agua. Inspiró con fruición… estaba respirando, decidió que iba a vivir. Y vivió, vivo.

Quedó quieta viéndole correr por la calle con los brazos abiertos. Cuando dio vuelta la esquina sintió la ira ardiendo hasta su cabeza. Entró en la casa, cerrando la puerta tras ella.

  • ¡Todo se quedará para mí! ¡Voy a quitarle hasta el último centavo! ¡Haré que nuestros hijos le odien!

Resolló ruidosamente… se estaba asfixiando, decidió que iba a morir. Y murió, viva.

1 Comment
  • Luis Bredow
    Posted at 20:55h, 13 junio Responder

    Una demolición, irremediable
    Las explosiones, una tras otra.
    Las palabras, definitivas.
    El diálogo, final.
    El texto, bello por exacto.
    El lector, aterrado y sin pie para la piedad.

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