Gisela Derpic | ¡GRACIAS MIJAÍL!
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¡GRACIAS MIJAÍL!

El 30 de agosto pasado murió Mijaíl Gorbachov, a sus 91 años, en Moscú. Nació en 1931, un 2 de marzo, en Privolnoje, Stavropol, al norte del Cáucaso, en el seno de una familia campesina. Estudió derecho entre 1950 y 1955 en Moscú, donde se casó con Raisa Maximovna Titorenko y se afilió al Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). De vuelta a su tierra natal ascendió rápidamente en la estructura regional del partido. En los años 60 estudió agronomía, lo que le sirvió para afrontar con éxito una gran sequía en 1968,  adquiriendo entonces presencia en el contexto nacional de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), siendo elegido miembro del Sóviet Supremo en 1970, del Comité Central del Partido en 1971, secretario de Agricultura en 1978 y del Politburó, máximo órgano de gobierno y dirección del Partido en 1980, culminando su ascensión hacia la cúspide del poder soviético con su elección como secretario general del PCUS en 1985, cuando su nombre comenzó a resonar en el mundo asociado a dos extrañas palabras: perestroika y glasnost. En 1988 fue nombrado presidente del Sóviet Supremo y jefe del Estado.

Sus seis antecesores ejercieron el poder con carácter vitalicio, rasgo común de todas las autocracias en la historia. Los dos primeros, Lenin y Stalin, impusieron con el terror y la propaganda el totalitarismo; los demás se mantuvieron entre anuncios de reformas y restauración de la dictadura, vital para un sistema basado en la liquidación de las libertades individuales con un resultado entre 1917 y 1987, según estimaciones basadas en datos oficiales que por eso mismo  pueden quedar muy cortos dada la estrategia comunista de sistemática ocultación y manipulación de la verdad, de en torno a 20 millones de muertos, a los que habría que añadir los millones de prisioneros y exiliados políticos.

Gorbachov llegó a la cima del poder cuando la economía soviética estaba hundida en una profunda crisis acumulada por décadas, efecto del modelo estatista y de planificación central secante, asumido como receta para alcanzar un paraíso proletario que nunca llegó. En el contexto de la imparable revolución del conocimiento y la globalización que a mediados del siglo XX comenzó, la URSS era un ya competidor derrotado por sus extremas debilidades intrínsecas, el padrinazgo estéril de sus aliados, esas dictaduras pedigüeñas apoltronadas en su inconmensurable mediocridad, y por la extenuante y onerosa competencia armamentista mundial.

Señala Carlos Alberto Montaner en su conferencia “Promesas imposibles del marxismo” disponible en YouTube, que Gorbachov tomó los aportes de Alexander Yakóvlev sobre dos vías de superación de las profundas deficiencias del sistema soviético para salvarlo y hacer de la URSS la primera potencia del mundo: la transparencia de los actos de gobierno y de su examen, la “glasnost”, y una reestructuración del aparato del gobierno, la “perestroika”, poniéndolas en marcha a la par que liderizó la lucha internacional para frenar la carrera armamentista, convirtiéndose en su paladín. Surgieron esperanza e incertidumbre, simpatías y antipatías. Los resultados no fueron los deseados, la URSS cayó y se fracturó. La conciencia del origen del fracaso se dejó esperar, hasta la misma víspera del derrumbe. En palabras de Yakóvlev, la raíz de todo radica en que el marxismo no considera a las personas en su complejidad y pretende asimilarlas a los tornillos de una maquinaria; por tanto, es inviable.

En una entrevista concedida a Radio Vaticano en 1993, Gorbachov identificó libertad, democracia, respeto de los derechos humanos y defensa de la vida humana como los valores que le habían animado, llevándole a tomar el camino de la perestroika y la glasnost, fundamento de su Premio Nóbel de la paz en 1990. Por eso mismo fue uno de los críticos más duros y consecuentes de Putin hasta su muerte. Por eso mismo el tirano quiere borrar su legado.

Esto es lo que se sabe a ciencia cierta de su vida y obra. A su muerte deja interrogantes sin respuesta: cómo y cuándo, siendo un fiel y obediente militante comunista, derrotó a la propaganda y miró la realidad de frente; cómo pudo guardar sus pensamientos e intenciones esperando el momento de llegar donde llegó; si en ese camino participó por acción u omisión de crímenes y errores; por qué no consideró necesario desmantelar sin prisa ni pausa la estructura represiva y delincuencial del PCUS a la par de constituir la otra, la de la reforma, o si lo hizo y por qué fracasó. Deja lecciones valiosas: el mejor acierto humano es el reconocimiento eficaz de los errores y no la persistencia en ellos a título de consecuencia; la validez de la democracia como el único camino posible; el valor civil para enfrentar de pie los efectos de las acciones y ejerce el derecho de decir lo que se piensa pese a todo.

Desde aquí, lanzando una rosa y un clavel sobre su tumba, digo: ¡Gracias, Mijaíl!

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