26 Jun El enorme puntito sobre una «i»
Gisela Derpic Salazar
Al inicio del proceso electoral a fines de 2018 tuve la convicción de que la mejor opción era Comunidad Ciudadana (CC) pues su candidato Carlos Mesa encarna los rasgos de la ciudadanía ansiosa de una vida digna en que las personas seamos igualmente libres con respeto y participación, en democracia y estado de derecho; esa misma ciudadanía hastiada del populismo autoritario de 14 largos años que logró que el ahora fugado renuncie y se marche con sus más destacados cómplices del abuso, despilfarro, delito e impostura; esa que ahora soporta a la estructura de poder que sigue y seguirá hasta que se haya elegido al nuevo gobierno. Ratifico esa convicción porque hay que terminar de sacar del gobierno al populismo autoritario y porque la señora Añez, además de haber sorprendido con un temprano despertar de su ambición que desdibujó la primera impresión que dio, se revela claramente como lo único que es: una salida de excepción para un momento de crisis.
Dicho esto, recojo la provocación de los adversarios de Mesa al atacarle diciendo que no es valiente, para hablar de eso, de valentía y de valientes.
Valentía: determinación para enfrentarse a situaciones arriesgadas o difíciles; proviene de la fortaleza interior de quien se sobrepone a los temores y hace lo que considera justo y necesario. Valentía para hablar y callar, subir y bajar, pedir y dar, llamar y despedir, ganar y perder. Se la confunde con audacia y violencia.
No equivale a audacia, atrevimiento para realizar algo temerario o imprudente. Se sostiene en el discernimiento, la audacia es irreflexiva, proviene del instinto. Menos aún se acerca a la violencia, uso de la fuerza física o psicológica para conseguir algo en contra la voluntad de otras personas, las desvalidas de la historia; en consecuencia, por definición la persona violenta es abusiva, actúa con premeditación, alevosía y ventaja; es desalmada. Quien es valiente ni es “macho” ni desalmado.
La persona valiente pone la cara ante peligros y ataques, arriesgando reputación, intereses y hasta integridad física y vida, en defensa de lo que considera merece defenderse, por encima de aplausos o rechiflas. Lo hace con los valores que proclama, con coherencia entre lo que piensa, dice y hace. Es sensata y moral, discierne entre el bien y el mal, con responsabilidad.
La persona violenta no renuncia a sus objetivos, que pueden o no tener motivos de algún tipo, o provenir directamente de las vísceras y glándulas. Hará lo que sea necesario para conseguirlos, sin dilema moral alguno. Si no basta con palabras, se intenta con regalos, con plata; si no surte, con amenazas, patadas, palos, gases… balas. El fin justifica los medios: “por el bien del país”, “por el interés del pueblo”. La persona violenta amenaza sin pudor, reprime, ataca y mata, o manda hacerlo. A veces, lo confiesa públicamente. Se sabe la más fuerte, es cobarde. Puede llegar al primer puesto y permanecer allí mucho tiempo, incluso hasta morir. Perfil ideal para el autoritarismo, la dictadura… lo fue para el totalitarismo. Por supuesto que no para la democracia.
La persona audaz sube a un tren en movimiento, salta del techo de un edificio, grita denuestos y promesas, acusa y reclama, se pone un chaleco antibalas y corre de aquí para allá. Como se enciende, se apaga. No explica razones ni visiones; no las tiene o no medita sobre ellas. Le gusta la acción y el aplauso, se siente salvador, los demás se le atojan cobardes. No se hace responsable por sus actos porque sus consecuencias no le importan. Discernir sobre el bien y el mal no es lo suyo; a lo sumo considera la utilidad de las cosas. Comete faltas con facilitad y ni siquiera será consciente de haber quedado mal o le importará poco. Puede ser eficiente en una estructura en que otros, más sensatos y calculadores, le asignen tareas que requieren de eso: audacia. Y por supuesto, Mesa no es así.
Él enfrentó ataques sistemáticos del autoritarismo populista, instrumentalizados por la estructura del órgano judicial todavía vigente, comisariato político en el contexto de debacle del estado de derecho resultante del estalinismo transferido por el llamado Foro de San Pablo, hoy Grupo de Puebla. Los enfrentó con los medios legales, batalla tras batalla hasta desbaratar la impostura sobre la que pretendían prosperar. El caso Quibórax fue el más connotado porque a su falta de sustentación jurídica sumó el más descarado cinismo, ya que los responsables de la afectación de los intereses del Estado con el pago de una indemnización desorbitante eran los promotores de la infamia. Queda en la memoria la presencia de Mesa en la sesión legislativa en que se pretendía decidir su acusación, provocando un terremoto entre los esbirros del régimen no acostumbrados a tratar con ciudadanos de a pie valientes.
Pese a los obstáculos y desventajas que implicó la Ley de Organizaciones Políticas subrepticia y maliciosamente redactada para garantizar el prorroguismo azulino, Carlos Mesa decidió darle al país una opción que expresara a la ciudadanía en las calles desde 2016, conformando CC. Con las reglas de juego y el árbitro en contra, con el andamiaje del Estado al servicio del populismo autoritario y su candidatura ilegal e inmoral, con la campaña de desprestigio a la que se sumaron fuerzas llamadas de oposición funcionales al régimen, y sin recursos económicos, asumió la prolongada campaña electoral con una actuación ceñida a los valores de la democracia, marcando una impronta esperamos indeleble en la política boliviana.
Podremos disentir en nuestras opiniones sobre el candidato de CC, sus propuestas y demás candidatos. Lo que no se puede es negar que sin CC y Carlos Mesa, no se hubiera logrado el desenlace derivado de las elecciones de octubre de 2019 que definieron que él iba a ser elegido en esa segunda vuelta escamoteada por el fraude de los tramposos vestidos de azul. Lo contrario hubiera significado que ellos se mantengan en el poder, porque – parafraseando a Mesa – hubieran cabalgado solos en la pradera. Su candidatura y su campaña son una contribución al país, de enorme relevancia; no la única.
Denunció el fraude electoral, se unió a organizaciones, instituciones y personalidades democráticas en la defensa del voto; alentó la lucha pacífica de quienes no se rindieron ni se cansaron hasta que el déspota renunció y fugó. Soportó las horas oscuras del ataque de los sicarios pagados por el masismo y la campaña de terror desatada, con la misma entereza de quienes estuvimos allí cumpliendo tareas de resistencia. Ratificó su candidatura por el derecho que le da la legitimidad del voto que le ungió como la opción de la democracia boliviana ante el prorroguismo inconstitucional. También por el deber de completar la tarea frustrada por el fraude electoral. Está ahora difundiendo palabra sobre la problemática de la pandemia del COVID19, proponiendo acciones para su mejor enfrentamiento ante el descalabro del sistema de salud que dejó, junto a otros descalabros, la pandilla que mal manejó el estado durante 14 años, y los desatinos, la corrupción y la ineficiencia del gobierno transitorio, debilitado por la candidatura de la señora Añez.
Pues bien, porque ansío un país que finalmente transite el camino hacia la solución de sus crisis internas, se viabilice hacia el futuro y cobije a mis descendientes en un marco democrático que les permite una vida digna y feliz, quiero a ese hombre valiente llamado Carlos Mesa como Presidente de Bolivia. Punto.
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Gisela Derpic
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