10 Feb EDUCAR, ¿PARA QUÉ?
Carmelo Mesa-Lago dice en su balance de 50 años de castrismo: en 1953 Cuba era el 4º mejor lugar de la región en alfabetización, con 76.4%; por su parte, Roberto Álvarez en “El mito mejor vendido por Fidel” (Diario de Cuba, 2016) afirma que en 1958 Cuba tenía 7567 escuelas primarias públicas con 25000 maestros, y 869 privadas con 3500, institutos de bachillerato, escuelas normales, de hogar, bellas artes, agrimensura, artes y oficios, periodismo, publicidad y tecnología, con matrícula total de 70029 en 1955, que la matrícula anual en la Universidad de La Habana era $60 ($us60), pagaderos en 3 cuotas, el almuerzo completo valía 50 centavos y había asistencia médica gratuita para todos los estudiantes. Bastante bien. La periodista cubana comunista Yuris Nórido (BBC MUNDO 2014) dice: “En Cuba todos los niños van a la escuela (…), la cobertura educacional primaria es absoluta (…), la UNESCO ha reconocido los logros de Cuba en el sector (…) Cuba fue el primer país de América Latina en declararse libre de analfabetismo, los índices de aprovechamiento escolar están entre los más altos del continente(…), el acceso es gratuito en todos los niveles, obligatorio hasta secundaria”. Nada mal.
Sobre la gratuidad de la educación, el artículo “La educación en Cuba: ¿gratuita, pública y de calidad?” de Rafaela Cruz (noviembre de 2020) sostiene que, del salario de cada trabajador, tenga o no hijos, se descuenta $2100 anuales, para la educación. Álvarez añade que los estudiantes secundarios y preuniversitarios son destinados a trabajos impagos de media jornada en escuelas en el campo, entre 45 y 90 días al año. ¿Gratuidad?
Sobre la calidad, la crisis del modelo subsidiado desde afuera, con el derrumbe de la URSS en los años 90, y la debacle venezolana desde 2014, la impactó, identificando Cruz y Álvarez carencias en todos los aspectos; especialmente en los maestros, llevados a dejar su labor a dedicación exclusiva por sus exiguos salarios, como afirma Yórido, siendo reemplazados por bachilleres, muchos sin vocación ni requisitos básicos, formados como maestros “generales” (de todo) en apenas unos meses, para mantener la relación numérica maestros/alumnos, como recuerda el youtuber Carlos Ricardo: “En mi clase, el grupo 16 de la Unidad 3 de la Facultad Salvador Allende del Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona, con 45 personas de las cuales había al menos 4 que no sabían escribir (…), ni hablar de las faltas de ortografía y, si no sabían escribir, imagínense cómo leían (…) cuatro personas que se están preparando un año intensivo para impartir clases.”. Resultado: a malos maestros, malos alumnos; a malos alumnos, malos bachilleres; a malos bachilleres, peores maestros y así.
Prosigue Ricardo: “Otra de las muestras, es la calidad de los contenidos que se imparten. Cuando estás frente a un aula, no hay nada más terrible que saber que lo que estás impartiendo es mentira y tienes que impartirlo, así como está. (…) pararme frente a un aula a decir que Martí era socialista o que Martí era el autor intelectual del asalto al Cuartel Moncada, eso era muy triste para mí hacerlo (…). Eso frustra muchísimo (…) la cara se te cae al suelo, la vergüenza se te cae a los pies.
No es todo. En materia de aprovechamiento escolar, Ramos señala que la regla era aprobar a todos “y así estuve (…) viendo cómo pasaban los estudiantes sin saber leer, sin saber escribir o con escasos conocimientos en matemáticas en séptimo, octavo y noveno grado… en un informe de control de calidad, que era para mostrar resultados a nivel internacional, primero se seleccionaba a los mejores estudiantes, se hacían grupos falsos, se entregaban los exámenes y se iba diciendo las respuestas, más o menos, para que los estudiantes copiaran, y se hacía fraude”. Como con la de tasa de mortalidad infantil. Mera cuestión de números, con trampa.
No es lo peor. Los niños en Cuba son llevados obligatoriamente a cambio de un pago mensual desde el primer año hasta los 6 a los círculos infantiles, 6 días/semana, 12 horas/día; es decir, más tiempo allí que en casa. Luego van al 1º de primaria, donde estudian las primeras letras con el libro oficial “A aprender a leer” (disponible en Internet). Allí abundan fusiles, milicianos, Fidel, los logros revolucionarios, la maldad imperialista… El contenido exuda belicismo, culto al caudillo, odio a EEUU; una visión del mundo en blanco o negro, de pensamiento único a extenderse prontamente a la organización también única: los pioneros y la Unión de Jóvenes Comunistas en la adolescencia y juventud, encargados de repetir las “verdades” oficiales, igual que los medios de comunicación, todos estatales. Primaria y secundaria profundizando esa línea de encasillamiento mental, orientada a un modelo hegemónico de sociedad y estado, excluyente de profesores y estudiantes distintos. Así se explican las Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAPs), promovidas por el Ché, para la reeducación de los disidentes, hippies, creyentes y homosexuales; así también el despido, persecución, prisión y exilio de centenares de personas.
La teoría dice que la educación responde al encargo social. Por lo visto, en Cuba ese encargo es formar al “hombre nuevo”: el soplón, el violento de los actos de repudio, el represor de quienes osen pensar diferente, el que malvive de la limosna del régimen con la cabeza gacha, el que “resuelve” sus problemas subrepticiamente; en síntesis, ese encargo es, en palabras de Hilda Molida, el daño antropológico indispensable para los totalitarismos. Esto, porque un lugar desconectado del mundo, improductivo, atrasado y decadente, condenado a vivir del subsidio externo por decisión del poder, castiga la iniciativa, la creatividad, el pensamiento independiente y la crítica, habiendo sido convertido por los comunistas en una granja donde para sobrevivir hay que ser parte de la manada. Sí, una granja. Como la de Orwell, la de la rebelión.
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