17 Oct DON JUAN
Ni por si acaso mencionó ese nombre la menuda y aguerrida mujer, ama de casa minera. No formaba parte de sus intereses. Había llegado hasta la aún universitaria para ponerse al tanto de los asuntos políticos y económicos del momento y no quedar fuera de cancha en el congreso de la principal organización obrera del país, al que había sido delegada por su sector. Que si el plan de emergencia, la traición del gobierno al movimiento popular, el salario mínimo vital con escala móvil, el fracaso de la cogestión obrera mayoritaria… en fin y sin fin. Sobre tan extraño contenido hablaron largamente las dos mujeres en aquel centro minero/histórico marcado por el machismo, la minería, el sindicalismo y las ideologías de izquierda, hierros candentes descargados sobre las conciencias (¿inconsciencias?) de tantas generaciones.
La estudiante le compartió su bagaje de datos sobre la situación, embadurnados de sus propias opiniones, mientras la combativa esposa del obrero le interrumpía con sus inquietudes sociales, orientadas todas a saber cuándo la plata alcanzaría o los precios dejarían de subir. Pese a todo, no le quedó claro por qué no podía haber mayores incrementos salariales, y menos aún los motivos de aquel agujero llamado con un nombre oscuro: hiperinflación. Al final ratificó su única esperanza en el congreso, esa oportunidad sin igual para ella, señal suficiente del “poder dual” ejercido por la máxima organización de los trabajadores.
- Gracias, compañera, me has ayudado mucho – dijo Margarita al despedirse.
- No tiene usted por qué agradecer doña Margarita, ha sido un gusto para mí – respondió la joven con gentileza. – La esperaré a su vuelta del congreso para que me cuente cómo estuvo.
- ¡Claro que he de volver a contarte! – a tiempo de los besos de despedida.
Terminó el congreso y sus resoluciones, muy radicales, ya se habían difundido, al igual que la noticia de la ratificación del principal dirigente obrero, una vez más. El valor del peso seguía bajando y los precios subiendo.
Días después Margarita volvió a la casa de la joven para cumplir su compromiso y contarle su experiencia. Sentadas frente a frente en el comedor de diario, tomando las infaltables tacitas de café “pasado” típicas de aquel hogar y sumergidas en las volutas de humo de los cigarrillos que uno tras uno fumaba la estudiante, retomaron el tema de conversación dejado en cuarto intermedio días antes. Extrañamente, en el relato sin pausa de Margarita ninguno de los temas previsibles fue mencionado, menudeando una y otra vez un nombre que se convirtió en el eje de atención exclusivo: “Don Juan”. Sí, “Don” también con mayúscula para reflejar fielmente el énfasis que Margarita ponía al pronunciarlo, con un dejo de admiración por el hombre a quien llamaba y otro de indisimulado orgullo por estar hablando de él con tanta familiaridad.
“Don Juan”, sonando en los oídos de la sorprendida interlocutora al Tenorio de Zorrilla, de gran fama como seductor impenitente que se mofaba de los patrones y prejuicios establecidos en su mundo. No sólo sonando a él. Como él, sin duda, concentrando sobre sí el relato de un cónclave sindical, nada menos. ¡Claro! No en vano es uno de los picaflores sobrevolando en las páginas escritas por uno de sus más amorosos cercanos, quien sabe si por bien y por mal, pero ahí mismo donde se quedó, por los siglos de los siglos. Seductor, y jugador de futbol y dirigente sindical.
- Desde el momento mismo de la inauguración comenzaron a hablar de “Don Juan” – dijo Margarita – acusándole de todo y de nada, echándole la culpa, como si solito hiciera las cosas… ¡Grave!
- Pero ¿él estaba allí?, ¿respondió a esas acusaciones?
- ¡No! En su ausencia le decían todas las cosas, por su espalda. Hablaba el uno, le decía de todo; seguía el otro, igual… sin faltar ni uno, toditos parecían enseñados.
Y ensañados, por lo visto, pensó la joven.
- Como disco rayado, en la mañana, en la tarde… en las plenarias, en las comisiones, igualito – reiteró – delegados de todos los lugares y de todos los partidos.
- ¿Cómo se enteró de eso doña Margarita?
- Es que al principio no me ubicaba, pero después he preguntado y poco a poco, de tanto escuchar, me he dado cuenta cómo hablan los de un partido y los de otro; así que ya les he ido reconociendo pues… Lo único que decían igualito, era contra él, contra “Don Juan”. Otra podía haberse aburrido ¿no?, pero a mí me ha interesado tanto que no me he perdido ni una sola vez de las reuniones, dedicándome solo a oír porque no tenía nada que decir, como si fuera una novela, quería saber en qué iba a terminar. Ahí sentadita en un rincón, he escuchado y escuchado, hasta que me he convencido de que “Don Juan” iba a ser botado de la organización porque es un diablo, y porque los del partido comunista, los del POR, del MIR Masas creo que se llama… los del PCML, ¿los chinos, no?, aquicito me he anotado para no olvidarme –sacando una libreta de su cartera – clarito le querían sacar. Y me moría de ganas de verle, de conocerle, pero nada. “Ya debe saber que le van a botar, se ha debido escapar antes de que le boten”, pensaba. Me daba rabia pensar que no le iba a ver.
Mientras hablaba sus ojos vivaces se perdían en un punto inexistente sobrepuesto a la pared con huellas de humedad de la habitación, dando la impresión de haber vuelto allí mismo, a la sede del congreso.
- Un día, dos, tres, cuatro… el día cinco ya nos habían dicho que se tenía que elegir a los nuevos dirigentes nacionales, así que yo he creído que ese día iban a mandarle al infierno a ese diablo de “Don Juan”. Quietita y callada, bien sentada en ese rinconcito que me agarré, casi me estaba durmiendo, aunque seguían discurseando a gritos, moviendo fuerte sus manos, con muchas palabras que no entendía… cuando de repente he escuchado un ruido raro, ¡brunnnnn! diciendo – onomatopeya perfecta en su voz femenina.
- ¿Qué fue? – inquirió su interlocutora.
- Como si el piso se estuviera levantando, así crujiendo, desde atrás, desde la puerta de entrada, ¡todos los delegados se estaban parado, sus cuerpos al pararse sonaban, y además han comenzado a aplaudir!
- ¿Por qué? – adivinando la respuesta.
- Cuando me he dado la vuelta, he mirado, un hombre grande, muy alto, mayor, de cabello y bigote blanco estaba entrando… ¡Había sido Don Juan! Todos se han parado, sin faltar ni uno, y hasta los que tanto le han dicho barbaridades, aplaudiendo fuerte estaban, ¡increíble!
Unánimemente ovacionado, recibiendo el culto de aquella asamblea, como el Tío lo recibe en interior mina. Con respeto a su grandeza y miedo a su poder.
- Aunque no tengo experiencia en estas cosas me he dado cuenta de que con esos aplausos le estaban reeligiendo a Don Juan, a ese diablo del que tan mal han hablado hasta dos minutos antes.
- Eso dicen los periódicos. Fue reelegido – sin sorpresa porque era resultado anticipado, seguro.
Relato en voz de mujer, desde abajo y sin cálculo alguno, dando cuenta de la dimensión de “Don Juan”, el Juan de los picaflores, del fútbol, de la federación de mineros y de la central obrera. Con nostalgia, un gran señor, un gran líder.
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