Gisela Derpic | DEMOCRACIA PARA LA DEMOCRACIA
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DEMOCRACIA PARA LA DEMOCRACIA

Catorce años ininterrumpidos con democracia aparente y sin estado de derecho. Una gesta democrática y pacífica ciudadana contra el abuso, la impostura, la ilegalidad y el fraude logró evitar el continuismo del caudillo. Importante pero solitario logro. Una gestión transicional de gobierno deplorable. Nueva victoria electoral de los autoritarios. En paralelo, una oposición en decadencia desde 2006, hasta convertirse en una sombra. Por recurrencia de esta rebeldía impenitente, antes de decidir entre una nueva apuesta a la esperanza o el retiro definitivo a mirar detrás de los cristales, insisto en cavilar sin concesiones ni complejos. En correr detrás del porqué de los eventos y sus resultados. En compartir mis pensamientos con quienes quieran leerme.

Recuento de conceptos básicos, lugares comunes olvidados por muchos. La política es una acción humana presente en todas las esferas de la vida, atañendo en sentido estricto al Estado. En ejercicio de ella se toman las decisiones sobre los asuntos de interés común y, por tanto, afecta a todos. Desde una perspectiva más elaborada, es un sistema de pautas, estructuras y sujetos participantes, incluso por omisión, en la ruta decisional. La mejor manera de organizarla es la democracia, y sin partidos no hay democracia. Todo envuelto en las sospechas/certezas sobre su carácter de guerra sin muertos y heridos, de juego de trampas y mentiras, de concurso de demagogia y oportunismo, de ilegalidad y excesos. Sin drama ni escándalo, porque como toda obra humana, la política es claroscura, lo cual se pone en evidencia solo en democracia; en dictadura la propaganda y la represión cubren esa oscuridad de los ojos de la gente.

Recuento de recuerdos recurrentes, lugares comunes que algunos desean olvidar. En los años ochenta comenzó la apertura democrática en Sudamérica. El largo ciclo de las dictaduras militares llegaba a su fin. La siembra de libertad regada con sangre y sudor de tantos y tantos por años daba frutos. Se erigieron gobiernos democráticos y la política desterró a la violencia. Tiempo crucial de confrontación de los sueños y los dogmas con la realidad. Los sueños se transformaron, comprendimos que la revolución era la reforma permanente y el mundo nunca será perfecto; es perfectible en democracia trocada de táctica en estrategia, y había que aprender a vivir en ella, a hacer política en ella. Los dogmas perduraron y muchos se quedaron aferrados a ellos, empecinados en su creencia del mundo perfecto resultante de una revolución con muerte y dolor, bajo la conducción de un mesías/vanguardia, no importa si con la cabeza cubierta con guardatojo o con chullo, representado por un mortal cualquiera a quien inevitablemente se acaba por adorar.

Coincidió esta retoma del camino democrático con la fase terminal de la crisis del socialismo real. Eran confirmaciones de la pertinencia de la reforma y del fracaso de la revolución; sin embargo, se creyó lo contrario. Las acusaciones contra los partidos y los políticos se multiplicaron haciendo un murmullo incesante cada vez más estrepitoso, explotando ese lado oscuro de la política y los políticos, tan visible en democracia y tan oculto en dictadura. Conclusiones: la política y los políticos son malos per se. Derivación lógica: las buenas personas no se meten en política. Resultados: la oscuridad creció y la crítica social también, llegando a tanto que a través de leyes se estableció reglas y procedimientos para evitar el acceso de políticos a algunos cargos públicos – está fuera de discusión que los judiciales deben ser preservados de sectarismo partidario –. La elaboración, gestión, aprobación y difusión de tales medidas estuvo a cargo de diputados y senadores – políticos, por tanto, aceptando las versiones generalizadas en su contra lo que decían de ellos, en plena consciencia de su penosa conducta – que sin sonrojarse informaron orgullosos de su tarea cumplida para cerrar el paso hacia la función pública a descalificados como ellos.

No fue suficiente. La crisis de representación se profundizó, exigiendo respuestas. Se abrió paso a ciertas novedades: las diputaciones uninominales, las agrupaciones ciudadanas como alternativa a los partidos y los pueblos indígenas en calidad de organizaciones políticas electorales. La tendencia estaba ya marcada: en vez de orientarse al fortalecimiento de la intermediación sociedad – estado a través del perfeccionamiento de los partidos, les restó importancia y fue dejándoles de lado. ¿Solución? Ninguna. Las diputaciones uninominales (sin considerar el escandaloso sistema boliviano que enfrenta a los candidatos uninominales con los plurinominales de la propia organización auspiciadora de ambos) son parcelas de poder particular sustentado en la independencia político partidaria del titular y en su campaña autofinanciada. Decide su actuación sin referirla a directriz alguna de la alianza, partido o agrupación respectiva, ni rinde cuentas a sus representados. Carta blanca. Hubo alguno infaltable a las sesiones en toda la legislatura, dedicado a la venta de sus votos al mejor postor, logrando reunir una buena cantidad de dinero durante su mandato. Las agrupaciones ciudadanas departamentales y municipales, siglas sin ideario ni programa, propiedad privada de grupúsculos unidos por vínculos de familia, amistad e interés, son la versión degradada de aquellos partidos desprestigiados. En alquiler y en ventas, resultaron fuente de réditos incluso vía la corrupción. Los pueblos indígenas, igual que en los casos de negociación con las empresas explotadoras de recursos naturales, quedan a expensas de las decisiones de sus dirigentes, casi siempre orientadas por las prebendas provenientes de las estructuras de poder.

Sobre este descalabro del sistema democrático ascendió al gobierno el autoritarismo populista, haciendo de las debilidades de los partidos políticos su mejor oportunidad, siguiendo la franquicia del Foro de San Pablo devenido en Puebla, sustitutiva de las revoluciones violentas: ganando elecciones con el discurso antisistema radical y promesas de paraíso sobre la tierra erradicando la pobreza, la corrupción y la dependencia, para entonces desmantelar la democracia contaminando el sistema electoral, subordinando al poder judicial, liquidando la prensa libre, cooptando las organizaciones populares, alentando la división entre sectores sociales, étnicos culturales y las regiones y consolidando la idea de que donde hay políticos hay maldad, evitando competencia de calidad.

El éxito del autoritarismo descansa en buena medida en los fallos de las organizaciones consideradas democráticas que no han sido referente válido y atractivo, en su incapacidad de ganar la confianza y el respeto de la gente con la eficacia de su gestión de los intereses públicos y su opción por la punición ética y jurídica por las faltas y delitos cometidos por sus dirigentes y militantes. En suma, porque pervirtieron su naturaleza de sujetos de y para la democracia, dejándola a merced de sus enemigos, traicionando su razón de ser, dejando tareas pendientes a ser encaradas sin excusa. Por tanto, es ineludible el diseño de la ruta hacia el nuevo rescate de la democracia, tozudo y convencido. Se trata de tener presentes los conceptos básicos aquí recontados y entonces entrar en tarea. Vamos a organizar los sujetos políticos para la democracia boliviana: PARTIDOS, con su nombre propio.

Según el contenido profundo de la política como acción humana dignificadora de nuestra condición, promotora de la igualdad entre nosotros sobre la base del ejercicio pleno de nuestra libertad; como práctica cotidiana encarnada en la vida real y no como actividad de élites escogidas por caudillo alguno, analfabeta o letrado.

Asumiendo que la democracia supera por mucho a los meros actos electorales y se debe manifestar no solo fuera de las estructuras de la organización política sino dentro de ellas, en una eficiente escuela de ideas y conductas democráticas donde “ciudadanía” deje de ser una palabra hueca, concretándose en una práctica constante de contenido pleno.

Recordando que no solamente es la mejor forma de gobierno inventada, sino una verdadera cultura donde los partidos sean anticipos de la realidad aspirada, modelos de la sociedad y del Estado ofertados a la ciudadanía; con una militancia que individual y colectivamente, en la esfera pública y en la privada de la vida, sientan, piensen, hablen y actúen respetando los derechos humanos, honrando la dignidad de todas las personas, promoviendo sus libertades y su participación.

Cultivando en la teoría y en la práctica la noción el bien común por encima de los intereses particulares y corporativos, el respeto por la cosa pública que al ser de todos puede acabar siendo de nadie si no se vela por ella, el ejercicio de la militancia como un servicio público real que tienda los puentes y estreche los lazos entre las estructuras partidarias y la gente.

Distinguiendo el partido de la familia, del club de amigos, de la sociedad de negocios o la cofradía; reconociendo en él un ágora donde los ciudadanos libres e iguales comparten sus pensamientos en torno a preguntas vitales y construyen las respuestas consensuadas convertidas en las banderas a plantar solidaria y fraternalmente en adelante; evaluando sus aciertos y sus errores como única forma de avanzar.

Erigiendo una sólida institucionalidad con pautas claras de comportamiento derivadas de la identidad ética y axiológica del partido, con los procedimientos y organismos para conocer y sancionar las conductas indeseadas de la militancia, falible en su humanidad, que no deben ser impunes.

La libertad es un desafío y vivir en democracia, difícil; pero es la única posibilidad de ser personas y perfeccionar el mundo que habitamos. ¡Vamos a por ella otra vez!

1 Comment
  • Freddy Camacho
    Posted at 19:28h, 14 febrero Responder

    Así fue y así es, construir la democracia es re-construir los sujetos de la política, los ciudadanos y los partidos.

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