15 Mar CARTA ABIERTA A JEANINE AÑEZ
Señora Ex Presidenta transitoria constitucional del Estado Plurinacional de Bolivia:
Comienzo presentándome pues usted no sabe quién soy; en cambio, como la mayoría de los bolivianos, yo sí la he visto a través de los medios y puedo entonces decir “la conozco”. Soy madre de cinco hijos y abuela de tres nietos, divorciada y abogada, como usted. Le llevo 11 años, bastantes. Mi actividad laboral principal ha sido y es la docencia universitaria, pero manifesté tempranamente vocación para la política, un tiempo (ese de la adolescencia y la temprana juventud) como militante de una organización partidaria, y toda la vida en la lucha por la vigencia de los derechos humanos, contra los abusos y las injusticias, y la búsqueda de solución de los problemas relevantes para la gente. Le confieso además que soy una verdadera fatiguilla apasionada de sus causas, con la lengua suelta y muy desenfadada.
He sentido la misma indignación y repudio ante las atrocidades del nazismo y las del estalinismo; ante la barbarie de la guerra en el Líbano, los Balcanes y Siria; ante la maquinaria de represión y muerte de las dictaduras militares en el cono sur americano, en buena hora acabadas, y la de los regímenes oprobiosos del llamado socialismo del siglo XXI que ansío igualmente acaben en Cuba, Nicaragua y Venezuela, y no se consolide en nuestra patria. Me he indignado ante la complicidad por acción u omisión de instituciones religiosas e internacionales, de delitos de lesa humanidad. Lo mismo he sentido con respecto a nuestro país. Soy una ciudadana en rebeldía permanente contra la cadena de abusos e ilegalidades cometidas por el poder; en especial desde 2006. La misma indignación siento por el ensañamiento contra Fernando Kieffer, José María Bakovic, Róger Pinto, Franclin Gutiérrez, Marco Antonio Aramayo, entre otros perseguidos a muerte a través del aparato judicial convertido en comisariato político, y por los eventos de La Calancha, Porvenir, Hotel Las Américas, Chaparina, la represión a los discapacitados y tantos más.
La lucha auténtica por los derechos humanos es universal, no conoce fronteras, credos religiosos o ideologías. Su eje es toda persona, su dignidad y los atributos emergentes de ella, no como concesión graciosa de poder alguno, sino como cualidades inherentes a su naturaleza. Esta lucha, apreciada señora Añez, es permanente; los derechos humanos no dejan de ser una tarea pendiente como su situación actual lo evidencia.
Debo decirle que algunas actuaciones suyas me han conmovido profundamente, como las circunstancias de su aceptación al terrible reto de hacerse cargo por sucesión constitucional, como probado está, nada más y nada menos que de la presidencia del Estado; nada más y nada menos, en aquel contexto de crisis dramática cuyas características hubieran desanimado a otros. Cuando la vi en TV, sollozando al declarar su disposición a hacer lo necesario para evitar más violencia y dolor al pueblo boliviano, también lloré. ¿Sabe por qué? Porque había sufrido las horas negras del vacío de poder provocado por las mismas mentes torcidas inventoras de planes macabros, relatos y escenarios, manipulaciones a grupos de gente desvalida por sus carencias, antes para hundir a la oposición y entonces para llevarnos al desastre total y retornar con el garrote. Usted, señora Añez, fue la variable interviniente no prevista y frustró su plan, salvándonos en aquel momento. ¡Cómo no derramar lágrimas de gratitud por su valiente decisión! ¡Cómo no sentir esa gratitud ahora mismo y para siempre!
Hace dos días, me ha vuelto a conmover con su valor civil y su dignidad ante la arremetida abusiva e ilegal para detenerla y llevarla al circo montado en las oficinas de esos traficantes de la justicia cuyos nombres no vamos a olvidar jamás. El derecho, la justicia, la verdad y la razón están de su parte, de nuestra parte. Nosotros y el mundo lo sabemos. Esa es su fuerza, nuestra fuerza.
Desde donde estoy, con todo mi corazón, la acompaño y le hago saber que estoy presta a hacer lo posible en favor suyo, pacífica y democráticamente, aplicando las palabras de Albert Camus: “Son los medios los que deben justificar el fin”.
Reciba a través de estas líneas un abrazo fraterno.
Gisela Derpic Salazar
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