28 May Cambio de perspectiva
Sentía la frustración acumulada por años de esfuerzos vanos para mejorar el contexto. Rabia, impotencia, tristeza… mezcla letal. Se lo dijo al viejo y fiel amigo, escucha ideal.
- Mmm… lo comprendo. Tal vez te sirva un relato que hace tiempo leí. No recuerdo ni dónde, ni quien lo escribió – comenzando de inmediato.
Érase un joven. Permaneció su fe y rezó sus oraciones. Descubierto, cayó sobre él la furia del comandante por su traición a la sacrosanta revolución. Su cuerpo sufrió; su espíritu no. Ofrendó sus dolores a Dios pidiéndole señales de su voluntad. Las encontró, insospechada y contradictoriamente. Al desmayarse su verdugo ocasional antes de aplicarle los cincuenta latigazos según orden superior. Al privársele de comida durante tres días, salvándose de contraer terrible infección estomacal. Al encontrar páginas bíblicas usadas suciamente limpiando los hoyos excrementales. Al ser muertos los soldados encargados de matarlo a orillas del mar por los disparos de cinco hombres a punto de evadirse en una balsa. Cinco que entonces fueron seis y navegaron hasta llegar a tierra, otra tierra.
Mucha agua corrió debajo el puente. Vivió pacífica y prósperamente, lejos. Su verba convenció/convirtió a muchos. Siguió creyendo y orando, pidiendo y encontrando señales divinas.
Una mañana despertó con el ruido de su maleta de viaje al caer. Dios le pedía volver a su país, a convertir a sus compatriotas. Cerró oídos a las advertencias y ruegos, y se marchó.
La guerra había terminado. Se mostraba la calma y el orden del modelo comunista imperante. Deambuló varios días hasta encontrar un rostro conocido, el de un viejo amigo de la infancia a quien contó su historia.
- Vete, aquí Dios no existe y decir lo contrario te condenará – preocupado.
- No, predicaré hasta convertirlos a ustedes – tercamente.
- Ojalá no mueras en el intento. Veámonos aquí mismo de vez en cuando.
Lo hicieron varias veces durante un año. Resultado: nulo.
- Nadie se detiene siquiera a oírme, es terrible – sin ocultar frustración.
- Hiciste el intento, ni modo. ¿Cuándo te irás? – aliviado.
- Me quedaré otro año.
- ¡¡¡Nooo!!!
- Sí.
Perdieron contacto. Pasó el otro año. Un día:
- ¡De tanto tiempo! ¡Qué sonrisa la tuya! ¿Te fue tan bien?
- ¡Siii! ¡Mucho! – resplandeciendo de alegría.
- ¡Increíble! ¿A cuántos convertiste?
- ¿Convertirlos? ¿Cómo podría si ni siquiera quisieron oír?
- Pero… si te fue bien… No comprendo…
- Es sencillo. El año pasado me propuse convertirlos a ustedes y como ya sabes, fracasé. Este año cambié el objetivo: no convertirme yo en uno de ustedes, y ¿sabes qué? ¡¡¡LO LOGRÉ!!!
Fin. Segundos de silencio reparador. Puso su vieja y fiel mano amiga sobre la suya, mirándola tiernamente a los ojos.
- Él lo logró… ¿tú?
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