Gisela Derpic | BUEN PUNTO
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BUEN PUNTO

Fue terrible, ¿sabes? Salieron los esbirros y mataron a un líder connotado, indignando a la oposición clandestina que también salió, a protestar y, claro, ingenua, a hacerse reprimir. Breve destape… fondeada general. Días solidarios de compartir escondites y auxilio, postergando las luchas internas para otros momentos.

Amigos “legales”  me  sacaron dejando en el hacinado cuarto de estudiante del interior a varios militantes de varias organizaciones ilegales con quienes conviví ese corto tiempo. Eludimos controles y acortamos camino, tomando desvíos y atajos hasta que estuve lejos.

Llegué. A mi ciudad natal, a mi casa. Entré cabeza gacha.

  • ¡Fuiste a estudiar, no a meterte en problemas! (¡No mami, fui a hacer la revolución!, respondí sin proferir palabra) – gritó una y mil veces mi madre al golpearme sin cesar – ¡Ahora mismo te vas al campo, con la familia! (¡No mami, déjame que vaya a hacer la revolución!, imploré callada en siete lenguas).

Recibimiento amoroso el de mis tías. Rica comida y habitación confortable. Ninguna pregunta, ninguna recriminación. Una buena siesta.

  • Hijita, ven. Tu mamá encargó esto – llevándome del brazo hasta una puerta que al abrirse descubrió una montaña multicolor de ovillos de lana. – Siéntate a mi lado, agarra estos palillos y fíjate bien.

¡Ay! La tolvanera de la vida y sus avatares dejan huellas sin dejarlas, los resultados hablan por ellas. Mi carrera truncada, desilusiones sumadas. Sensación de horizontes perdidos, memoria rota para no saberse  escalera humana de los vivos que treparon para gozar. Evidencia plena de la distancia entre dichos, hablados y escritos, y hechos. De revolución, nada, una verdadera mierda. Aunque… pensándolo bien, el balance es positivo, porque gracias a la revolución, ¡sé tejer!

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