18 Oct ALGUNAS CLAVES DEL MOMENTO POLÍTICO BOLIVIANO
En 2000 se manifestaron los fallos estructurales del Estado en dos eventos importantes: la guerra del agua en Cochabamba y los cercos campesinos – indígenas en La Paz. Los análisis de la intelectualidad alineada -y alienada también- en la ideología de izquierda identificaron como causa a la maldad neoliberal instalada desde la promulgación del DS 21060 al que muchos nos encargamos de pulverizar verbalmente durante varios años, testimoniando nuestra inmaculada fidelidad a los principios revolucionarios y el temor a dejar de ser parte de la caterva. Sí, los analistas se quedaron cortos y en la superficie. Parafraseando a Toffler, no identificaron “los fundamentos profundos” de la realidad política boliviana, contribuyendo a consolidar una mirada de corto alcance que sustentó la convicción de que había que superar “el modelo” con una alternativa primicial capaz de cerrar el pasado en el país. El MAS fue considerado esa alternativa habiendo llegado al gobierno con el voto definitorio de la clase media en 2005, expresando la esperanza de que entonces se estaba inaugurando lo nuevo.
Hoy sabemos con plena evidencia que no fue así, que el MAS no encarnó lo nuevo; peor aún, resultó el capítulo final de lo viejo pues pudiendo hacerlo sobre la base del apoyo mayoritario del electorado, no resolvió esos fallos estructurales estatales y no le interesó construir el país de cara a los retos del tercer milenio, habiendo gobernado bajo la consigna “divide y reinarás”, enfrentando sectores sociales, regiones y culturas, profundizando el extractivismo, el rentismo, la ineficiencia, la corrupción, el narcotráfico y la criminalidad como nunca antes, en un escenario de permanente agresión a la institucionalidad democrática, al estado de derecho y a los derechos humanos, defraudando las esperanzas que le dieron la victoria electoral en 2005. El desemboque de tal sucesión de desatinos derivados de su militancia en el socialismo del siglo XXI ideado en el Foro de San Pablo, es el repudio generalizado de una gran parte de la ciudadanía decidida a impedir su prorroguismo en el poder, y un grado creciente de descomposición de sus estructuras internas.
Coincide tal panorama con la emergencia de un país que hace tiempo ya comenzó a sacar cabeza por encima del cascajo coyuntural-táctico hacia lo estructural-estratégico, sin haber sido vislumbrado. Este país naciente que es la síntesis de las contradicciones que acompañaron su nacimiento y devenir histórico hasta el tercer milenio, se ha hecho presente a través de signos manifestados con nitidez creciente desde el 21f, a lo largo de esta campaña electoral hipertrofiada maliciosamente por el régimen que buscó de esa manera el desgaste de la oposición para facilitar su perpetuación en el poder, sucediendo precisamente lo contrario, porque estos doce meses han sido el tiempo de alumbramiento lento y doloroso de la nueva Bolivia cuyo rasgos esenciales, asombrosos y esperanzadores, son la inédita apuesta de oriente y occidente por la unidad para la construcción del país y la conciencia de que esa construcción unitaria sólo es posible si se reconoce de una buena vez, de frente y sin temor, las profundas diferencias que distinguen a las regiones, lo que marca una dirección muy clara hacia el federalismo como la vía de relanzamiento eficaz de Bolivia hacia el futuro; todo en el escenario de recuperación y fortalecimiento de la democracia como única opción de organización política y cultura ciudadana.
Estamos pues ante la concurrencia de factores de índole objetiva y subjetiva que caracterizan a las situaciones de crisis políticas sociales previas cuya solución verdadera depende del cumplimiento de una condición sine qua non: la existencia de una alternativa política viable que le de horizonte y, por tanto, sentido histórico, a la energía social acumulada que está estallando.
Por fortuna, esa alternativa existe. Tiene nombre y apellidos: Carlos Diego Mesa Gisbert. ¿Una persona la alternativa? Sí, una persona que de no mediar las exigencias de la Ley de Organizaciones Políticas diseñada arteramente para trabar a la oposición, no hubiera requerido el auspicio de partido alguno ni de aliados con sigla que en buenas cuentas están asidos de él y no a la inversa. Una persona cuya presencia pública derivó en el resurgimiento de su liderazgo político sobre la base de, entre otros aspectos, sus características que hacen de él la antítesis del dirigente cocalero en función de presidente desde hace casi catorce años, su actuación como vocero de la causa marítima que devolvió autoestima a los/las bolivianos/as al mostrar su tremenda altura intelectual y moral nada más y nada menos que frente a Chile, y la abusiva agresión oficialista a través de sus paramilitares del ministerio público con el caso Quibórax cuya incongruencia es tan grande como la misma debacle masista.
De esta manera las piezas del rompecabezas se van completando y es posible armarlo. La ciudadanía y las fuerzas sociales se agregaron en función de la recuperación de la democracia desde el referendum 2016 y ante la consolidación del binomio ilegal, primero en una defensa cerrada de los resultados de ese histórico evento, para después decidir la remoción del régimen votando en su contra el 20 de octubre. Hoy constatamos que el voto no es solamente contra el MAS; es por Mesa, por la esperanza en él, por el fortalecimiento de su liderazgo político y moral durante este tiempo de campaña larga y difícil en que el masismo pretendió aniquilarlo atacándolo encarnizada, injusta e ilegalmente, a la par que atropellando los recursos del Estado, manipulando sin disimulo el OEP que cometió ilegalidad tras ilegalidad, quedando muy claro que el proceso electoral entero ha sido manchado por el fraude más descarado que provoca desconfianza profunda porque todo hay que esperar del oprobioso régimen. Aun así y por eso mismo, el 20 de octubre será otra vez 21f y la ciudadanía democrática y pacífica alzada contra el autoritarismo le dará la victoria a la opción que ha hecho suya: Carlos Mesa.
Las elecciones pueden derivar en escenarios de confrontación por el aferramiento masista al poder. Ante esa eventualidad es necesaria la articulación de la resistencia democrática y pacífica con la fuerza de la justicia y la razón, desafío que será respondido en la medida que se cuenta con un liderazgo solvente habilitado por su autoridad moral para conducir políticamente a la ciudadanía hasta la consecución de sus objetivos, sin caer en la trampa de la violencia que el oficialismo derrotado intentará sea eficaz.
Más allá, estamos ya en tiempo transición, de desplazamiento de lo viejo y surgimiento de lo nuevo. El programa ha sido lanzado por los cabildos; abarca tareas inmediatas y mediatas, tácticas y estratégicas: recuperación de la democracia y del estado de derecho, transformación del estado hacia el federalismo, reposición de la majestad de la justicia removiendo a los jueces y magistrados ilegítimos y a los paramilitares del ministerio público, enjuiciamiento a los jerarcas del poder por los delitos cometidos en el ejercicio de sus funciones contra los derechos humanos, el patrimonio del estado y el medio ambiente y los recursos naturales, amnistía para los exiliados y presos políticos y redistribución de los recursos públicos priorizando la salud.
Carlos Mesa tiene que comprender su rol histórico, ese en que tendrá que trascender su presencia personal para fusionarse en el proyecto Bolivia Siglo XXI como el líder de la transformación del país, la que no fue posible en 2003 porque aún la historia no había madurado como ahora y, por tanto, tiene que procurar la agregación política, social y regional que garantice la ejecución del programa ciudadano. Tiene que ser el hombre de la Unidad para la Unidad, lo que tendrá que manifestarse en su gestión hacia la configuración de una ancha base de participación activa en el diseño, ejecución y supervisión de las acciones operativas de las líneas estratégicas definidas en las grandes movilizaciones que han ganado el territorio y la conciencia colectiva.
Carlos Mesa además está llamado a reconstituir el engranaje institucional de la democracia boliviana en los términos que plantea el tercer milenio; esto es, el sistema político que encuentra en los partidos sus protagonistas, recuperando su naturaleza y misión articuladora de la sociedad y el Estado, de las esferas individual y colectiva. Está llamado pues a refundar el sistema de partidos y fundar el suyo. Esa será parte fundamental de su legado.
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